En este mundo autoreferencial los videos y las redes sociales han pasado a convertirse en poderosos recursos que permiten confirmar las peores sospechas. En el caso de las cámaras que retratan momentos únicos de la política podemos recordar los vladivideos que acabaron con el gobierno de Fujimori o los recientes de nuevo en el Perú que lo dejaron sin presidente porque adherentes del partido fundado por el japonés se vieron envueltos con personeros del gobierno en el trapicheo de votos para evitar el juicio político a Kucszinski. Si a eso sumamos la grabación del momento del asesinato de un joven activista opositor en el Paraguay por parte de la policía del presidente Cartes hace un año, vemos el poderoso recurso de las cámaras para confirmar las peores sospechas. Esto coincide con el escándalo de Facebook y la empresa Cambridge Data acusados de tomar datos privados de más de 50 millones de norteamericanos y de usarlos para la campaña política Trump. El “gran hermano” está bajo sospecha fundada y sus testimonios acaban con varios políticos y confirman el secreto a voces de la corrupción gubernamental.

Esto resulta solo la punta del iceberg. Si pudiéramos colocar una cámara en cada repartición publica podríamos ver como diariamente la corrupción como un cáncer se extiende produciendo metástasis en el cuerpo social. Hoy claramente el problema no es solo del gobierno sino de quienes hacen negocios con sus funcionarios. En la medida que la falta de transparencia crece, los mecanismos de corrupción se aceitan y logran generar graves daños en la propia democracia. Si los gobiernos autoritarios eran ya de por si referencias de todo lo avieso, opaco y pérfido, la democracia de las cámaras encendidas y las redes sociales nos descubren un sistema político que parece incapaz de regenerarse a pesar de los escándalos. El manto de impunidad que rodeó durante mucho tiempo a este tipo de comportamientos está comenzando a cambiar e indudablemente el caso paradigmático de Lula es ejemplar. El tamaño de la corrupción de ese país es proporcional a su geografía y ha tenido en la justicia un mecanismo que busca enderezar lo torcido y corrupto. Con un pie en la cárcel la figura del ex presidente acusado de corrupción se extiende como un mensaje que hace temblar a varios líderes de la región. Desde la izquierda se insistía que ello era una conspiración de los grupos de derecha para acabar con el “socialismo del siglo XXI” como si ellos necesitaran de semejante ayuda, pero ahora con el caso del presidente peruano muy lejos de esa línea política ciertamente se han quedado sin discurso ni argumento.

Todo es más visible y más transparente en el reino de las cámaras y las redes sociales. Vamos a una nueva concepción del poder. Mas expuesto, más grabable, más evidente que no hay resquicio para los corruptos. Solo les queda portarse bien, recuperar la austeridad, el compromiso con la cosa pública que espante los deseos del voraz sector privado al que se también se le hace mucho daño cuando no puede competir en precios ni calidad contra aquel que puede comprar campañas y gobiernos completos con el dinero que da una obra mal hecha.

Hay una ola de esperanzas y optimismo en la región. Las investigaciones sirven para demostrar lo que todos presumíamos, pero ahora con audios, videos y redes sociales nos sirven para confirmar las sospechas.

“Cuidado te estamos grabando” reza un cartel en un comercio para disuadir ladrones. Algo como eso está pasando en la política. Claro, se necesitan esos carteles, pero por sobre todo una justicia valiente y con coraje para sancionar a los corruptos.

@benjalibre