Después de once días de protestas en Ereván, capital de Armenia, donde más de 160 mil personas se manifestaron de forma pacífica contra Serge Sarkisian, quien estuvo diez años como presidente de este país (del 2008 al 2018), se logró que el pasado lunes este dimitiera a su cargo como primer ministro.

Sarksian instrumentó una controversial reforma constitucional que convirtió a este país en una república parlamentaria, logrando transferirle todas las facultades a él como primer ministro, volviendo al actual presidente, Armen Sargsyan, como un personaje sin facultad para tomar decisión alguna.

Ante este acto, el líder de la oposición, el diputado Nikol Pashinian, denunció los hechos a la sociedad y llamo a manifestarse en contra Sarkisian para pedir su renuncia.

El domingo pasado fue el punto clave de las manifestaciones, cuando Sarkisian y Pashinian tuvieron un encuentro para negociar las demandas, y que, tras tres minutos de esta reunión, el diputado fue encarcelado junto a cientos de sus seguidores.

Tras este hecho, la gente volvió a las calles de forma pacífica para seguir exigiendo la renuncia de Sarkisian, a quienes se les unieron decenas de militares no solo para que el primer ministro renunciara a su cargo, sino también para exigir la libertad del diputado y sus seguidores.

Ante esta presión, la cual se auguraba en un conflicto que traería grandes y violentas consecuencias, Sarkisian no tuvo más remedio que renunciar a su cargo.

Nikol Pashinian tenía razón. Me equivoqué. La actual crisis tiene varias soluciones, pero ninguna va conmigo. No lo haré (recurrir a la violencia). Dimito a gobernar el país, al cargo de primer ministro”, digo Sarkisian en un comunicado.

Esto ha significado un logro para la gente de Armenia, aunque no para Rusia, quién pierde un aliado en Sarkisian ante los conflictos políticos que ambos países comparten.