Se ha cumplido el bicentenario del viejo barbón que cimbró a la economía política y desafió al sistema imperante de su época con su persistente curiosidad acerca del mecanismo embrionario de incubación del sistema capitalista y la deconstrucción –casi filosófica- de cómo el patrón se enriquece a costa de la explotación del trabajador.
Si Platón en cierto sentido es el albacea del alma inmortal, el polifacético Karl Marx es el patriarca de la plusvalía entendida ésta como una expropiación intangible que el empresario ejerce sobre del trabajador durante el proceso productivo.
El alma del capitalismo reside por ende en dicha expropiación “de ese algo” que deja el obrero en la producción de cada mercancía y que no le es retribuido pecuniariamente y permite lubricar el enriquecimiento del patrón.
Para muchos economistas, El Capital es una obra de necesaria lectura, algunos cursos agotan –dependiendo de la orientación ideológica de la universidad- la lectura de los tres tomos; en otros, les basta con introducir a sus alumnos, tan sólo al primer tomo basado en “el proceso de producción del capital”.
Ya sea en historia económica o bien en economía política, sin duda Marx está obligadamente presente en el aprendizaje de los alumnos de ciencias económicas; yo en lo personal recuerdo exámenes orales en los que prácticamente tenía que recitar los párrafos del tomo I.
A Marx, escritor, periodista, abogado, filósofo y economista, se le ha satanizado las más de las veces o bien elevado a los altares quedando al arbitrio de los diversos grupos que pretenden acceder al poder.
Prácticamente su nombre está cocido al comunismo es un silogismo en la que una premisa subyace unida con la otra, si bien a Marx debería analizársele por su valiente crítica al incipiente capitalismo imperante del momento en Reino Unido; la naciente Primera Revolución Industrial.
Este brillante pensador nacido en Tréveris, Alemania el 5 de mayo de 1818 observó su entorno: el capitalismo que no había cuajado rápidamente en su país natal había detonado en la campiña británica y en la urbe industrial inglesa; ante sus ojos iba gestándose un engendro revolucionario de las relaciones económicas y productivas.
La introducción de la máquina de vapor desplazando ferozmente a la mano de obra; los costos unitarios como obsesión en el nuevo modelo de competencia empresarial en el que la producción a escala y el consumo emergieron como el gran anatema ante una nueva división de clases sociales.
En buena parte de su obra se habla de ese proceso de acumulación y destrucción del capital, la dialéctica del materialismo analizada como una espiral de procesos en constante repetición; ciclos históricos que el ser humano con su capacidad de raciocino debería prever.
COLACIÓN
Marx ya había bebido de la fuente de la Ilustración francesa, de las ideas de Montesquieu, Diderot, Rousseau, Voltaire y otros destacados que formaron parte de “los enciclopedistas”; muchas de sus ideas en pro de la igualdad, la libertad o la democracia han corrido la misma suerte que las ideas marxistas.
Han pasado del reino de la metafísica y han caído en las manos maniqueas de quienes las han distorsionado, exacerbado e incluso desenvainado un arma en su nombre: el Régimen del Terror en Francia utilizó a su conveniencia muchas de las ideas más puras y estelares de la Ilustración.
La Ilustración hablaba de equidad social, división de poderes y democracia… no de cortar cabezas; Marx escribió de equidad social, igualdad laboral, defensa de las clases trabajadoras explotadas por los empresarios… no de instaurar dictaduras asesinas, represoras y aniquilantes de las libertades civiles, humanas, y forjadoras de una gran masa de lumpenproletarios.
El cielo era apropiarse de los medios de producción para distribuirse la riqueza generada, recuperar para sí mismos esa plusvalía expropiada; no terminar todos miserables, subyugados por una oligarquía en el poder, ociosos e incapacitados de superarse económicamente hablando ante una absurda abolición de la competencia.
Marx está muerto… y dos siglos después el capitalismo no. Muy a pesar de sus altibajos, esa dialéctica intrínseca no le ha impedido pasar varias fases hasta la actual: el capitalismo en la era digital y la inteligencia artificial.
Estamos (como Marx lo estuvo en su momento histórico) viendo al engendro reavivarse en la Cuarta Revolución Industrial que amenaza además con extinguir muchos oficios, muchas profesiones y realizar otra división del trabajo con su consecuente especialización. Está muerto el pensador, pero no sus ideas, habrá que releerlas –sin el manoseo político en el poder- en medio de esta vorágine necesitada de urgentes equilibrios socioeconómicos.
Directora de Conexión Hispanoamérica, economista experta en periodismo económico y escritora de temas internacionales
@claudialunapale