La vida artística en varios países nuestros es suficientemente animada que puede distraer con facilidad a millones. Sus vidas privadas, escándalos, infidelidades e insultos mutuos han llevado a que los medios de comunicación destinen horas y páginas a reflejarlos. Es un gran negocio la prensa rosa o del corazón que varios países han hecho de ella generosas fuentes de ingresos a millones. Corea del sur ha desarrollado un poderoso sector artístico que se nutre de miles de visitantes diarios. Los musicales de Londres o New York no solo con su lírica y música sino con sus protagonistas, convirtieron a sus países en referencias del negocio. Incluso, Turquía ha descubierto la veta y exporta novelas televisivas en cantidades importantes al mismo tiempo que es noticia por bombas que explotan en sus ciudades o la pulseada con rusos y americanos. La farándula es un gran filón y un poderoso distractor. Cuando sus fronteras superan lo artístico e ingresan en la política es otra cosa y sus costos son enormes para todos.
Los escándalos políticos se han convertido en noticias reiteradas agrietando instituciones formales o acabando con algunas incipientes. La corrupción reflejada en videos, fotos o testimonios hacen parte de un culebrón cotidiano que aparenta distraer las cosas cotidianas cuando en realidad las agravan en calado. En algunos países la respuesta institucional de policías, fiscales o jueces ha sido formidable enviando una poderosa señal rectificadora. En otras, la repetición cotidiana angustia una democracia de fachada a la que las elecciones periódicas solo sirven de distracción y placebo. Muchos informativos de televisión dejaron de reflejar las cosas serias y hoy promueven la cobertura de hechos truculentos de la vida cotidiana de habitantes que no son noticia en el ánimo de evitar colocar los reflectores sobre una política sucia que no tiene instituciones que la depuren ni ciudadanos que diferencien una cosa de otra.
La farandulización de la política ha llevado a que personajes payasescos compitan con políticos serios dejándolos en entredicho ante una platea acostumbrada a lo banal que ha perdido referencias de lo que debe ser la política y cómo deberían responder sus instituciones ante hechos truculentos. La explotación de la banalidad que ha llevado a que el malo no supiera el daño que comete como talvez lo diría una perturbada Hannah Arendt ante los tiempos actuales.
La superficialidad y la repetición de los hechos escandalosos han acabado con distraer y confundir los límites de lo justo, de lo sensato y de lo real. Vivimos en varios de nuestros países ante una profunda decadencia de la democracia cuyos referentes políticos solo deben cuidar las apariencias y “surfear” los escándalos con mayor o menor cintura, pero con suficiente gracia y cinismo ante los hechos.
Los magistrados han perdido su majestad interpretando las leyes y la constitución de las formas más insolentes a la razón favoreciendo a una representación cada vez más burda y banal de la política. Hay que volver a dividir el trabajo como antes. La farándula en los teatros, en sus protagonistas y en las marquesinas. La política en el compromiso serio de entender este cambio de era y de hacer las cosas que se deben para separar claramente los cínicos y embaucadores de voluntades de aquellos que se comprometen con la búsqueda de bien común sin atajos ni emboscadas farandulescas.
@benjalibre