Es el municipio de Chilapa, en el estado mexicano de Guerrero, una de las entidades con mayores índices de violencia y de conflictos, en donde se entremezclan los poderes político y el de las organizaciones criminales con la marginación y la falta de oportunidades. Una fiesta ancestral trata de bajar la tensión y evitar conflictos.

Cada año, a principios de mayo, en varias comunidades de este municipio se llevan a cabo las fiestas que celebran a la Cruz, en la tradición católica sincretizada latinoamericana, por lo que destinan recursos económicos y alimenticios para los festejos. Uno de ellos resulta de una originalidad que ha sorprendido tanto a los habitantes de este país como a los extranjeros: las peleas de tigres.

«Nos vestimos –continúa don Julián– como tigres porque esos animales son parte de nuestra cosmovisión y nos dan fuerza para pelear y así evitar que los conflictos crezcan». Con telas amarillas y máscaras de cuero hechas ex profeso, mujeres y hombres de Acatlán, El Jagüey, San Ángel, Ayahualulco, Los Amates, y otras comunidades, se preparan para batirse a golpes.

Una suerte de réferi, el ‘tlacololero’, media la pelea, evita que la violencia se desborde, decide si la contienda se acaba o se mantiene y cuando alguien comete una infracción. Si bien es cierto que la pelea es un mecanismo de distensión, no se puede permitir que el descontrol reine.

Al pie de un cerro considerado como sagrado, miles de personas se arremolinan en cada pelea que se desata. Se escuchan vítores y gritos de reclamo y muchos asistentes beben soda, pero lo que realmente se toma para agarrar valor es la bebida destilada de la región: el mezcal, un trago que tiene tanto de tiempo como esta costumbre y que suele hipnotizar a quienes se enfrentan.

Ancestralmente, los nahuas que se establecieron en la región creían que los ‘tecuanes’ (los tigres que pelean), al pelear, mantenían la presencia de las lluvias. Esta es la base de esta fiesta, hacer un sacrificio para lograr muchas lluvias durante el ciclo agrícola. Sin embargo, con el tiempo, otras cosas también se conseguían con las peleas, una de ellas, el equilibrio de la comunidad.

Por su parte, los ‘tlacololeros’ son aquellos que a ritmo de música y mezcal invitan a la población a ser parte de la fiesta, danzan por las calles centrales de las comunidades ataviados con trajes confeccionados con costales, máscaras y látigos que luego usarán para mediar en las peleas.

En los días de fiesta se liman las rencillas, se hacen ofrendas junto a las peleas y se pide por una buena temporada de lluvias. Por un momento todo es comida, el tradicional ‘pozole’, y se instala uno de los mayores mercados de la región, por lo que también varios artesanos aprovechan para vender sus productos.

«Queremos que se preserven nuestras tradiciones y que acabe la violencia, que ya no existan grupos criminales y que las autoridades municipales hagan su trabajo o se vayan y nos permitan organizarnos, porque esta situación ya no es vida», afirma doña Sonia, quien se ha encargado de hacer la comida durante varios años en Acatlán y ha sido testigo de cómo la violencia proviene no sólo de los criminales sino de los políticos.