Una engorrosa lluvia y nueva actividad volcánica complicaban el miércoles los esfuerzos de búsqueda y rescate en torno al Volcán de Fuego de Guatemala, aunque la cifra de muertos siguió subiendo cuando los equipos podían trabajar en las zonas más afectadas.

Los trabajos volvieron a verse interrumpidos el miércoles cuando un chaparrón obligó a los equipos a retirarse por temor a aludes de lodo. También el agua hirviendo que bajaba por las laderas del volcán debido a los gases y cenizas volcánicas calientes suponía una amenaza. El día anterior, nuevas coladas de material volcánico ardiente obligaron a los rescatistas a retirarse.

Pero entre interrupciones, los trabajadores equipados con palas y equipamiento pesado encontraron más víctimas mortales de la erupción del domingo. Los restos se guardaron en bolsas para cadáveres y se trasladaron en camillas.

El Instituto Nacional de Ciencias Forenses de Guatemala dio por la tarde una cifra de 99 muertos, un aumento de 24 personas respecto al día anterior. Solo 28 han sido identificados. Al menos 197 personas estaban desaparecidas.

“Nadie va a poder sacarlos o decir cuántos están enterrados aquí“, dijo Efraín Suárez, de pie entre los agujeros humeantes que salpican lo que solía ser el pueblo de San Miguel Los Lotes, en las faldas de la montaña.

“Los cuerpos ya están carbonizados”, señaló el conductor del camión de 59 años. “Y si entra maquinaria pesada, serán destrozados”.

Los rescatistas hundían varillas de metal en el terreno para liberar el humo, una indicación de que la temperatura de la superficie se mantiene alta. Los bomberos estimaron que en algunos puntos se habían alcanzado entre 400 y 700 grados Celsius (de 750 a 1.300 grados Fahrenheit).

Un día después de que se ordenaran nuevas evacuaciones debido a un aumento de la actividad en el volcán se mantuvo la alerta roja para los departamentos de Escuintla, Sacatepequez and Chimaltenango, y se recomendó a la gente que no se quedara cerca de las zonas afectadas.

El instituto nacional de sismología y vulcanología advirtió de una nueva colada de lahar, un flujo de sedimento y agua, que arrastraba rocas volcánicas y troncos de árboles por los cañones de la ladera oeste del volcán hacia el río Pantaleón.

En un refugio habilitado en la escuela Murray D. Lincoln de la ciudad de Escuintla, unos 15 kilómetros (10 millas) del pico del volcán, Alfonso Castillo dijo que antes vivía con sus 30 parientes en un terreno compartido en San Miguel Los Lotes, donde cada familia tenía su propia casa.

El volcán es uno de los más activos de Centroamérica y todo el mundo estaba acostumbrado a los ruidos y humaredas, de modo que al principio, nada parecía fuera de lo habitual el domingo, explicó el campesino de 33 años. Pero entonces, la montaña expulsó una enorme nube de ceniza.

Castillo dijo que el pueblo desapareció en tres o cuatro minutos, anegado por un “mar” de lodo que se estrelló contra las casas y arrastró a personas, mascotas y animales salvajes.

La familia se refugió en una casa que se calentó “como una caldera” y acabó trepando al tejado, y más tarde al piso superior de otra casa de concreto. Tras una llamada al hermano de Castillo llegaron los rescatistas y pusieron a salvo a la familia.

Sin embargo, señaló Castillo, la familia ya no quiere volver al lugar y se ha quedado sin nada.

En desastres anteriores en los que las autoridades determinaron que era imposible encontrar sobrevivientes y que los esfuerzos de recuperar cuerpos serían demasiado complicados se ha declarado zonas enteras como zonas de enterramiento, el lugar de descanso final de las víctimas.

Cuando se le preguntó por esa posibilidad, el director de la agencia guatemalteca de gestión de desastres, Sergio Cabañas, dijo que ese trámite no se haría hasta completados los esfuerzos de búsquedas y tendría que ser decisión de la gente.