Hay una transición hacia un nuevo orden mundial, la sábana del poder disputada por Estados Unidos y China con varias economías posicionándose claramente entre uno y otro bando; se ha cumplido la premonición del general Patrick Hugues, quien siendo director de la Agencia de Información de la Defensa (DIA), aventuró en 1997 que tanto China como Rusia –en un lapso de veinte años- estarían en enormes y potenciales posibilidades de arrebatarle a su país la hegemonía regional en Asia y después la global.
No fue el único: varios think tanks analizaron la especie de hacia qué sitio se estaba desplazando la pangea de intereses internacionales gracias al deshielo de la Guerra Fría; un nuevo rompecabezas geopolítico se estaba conformando.
Tres años antes de concluir el siglo XX, las tesis de diversos círculos de analistas e intelectuales al interior de la Unión Americana deslizaron que, desde la Casa Blanca no se estaba haciendo nada para contener el inminente escenario previsto, nada más que ceder la hegemonía impuesta por Estados Unidos una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial.
Sobre de esa pérdida de sustancia y de visión supremacista de largo plazo abordaron diversos autores en un libro clásico como lo es “Geopolítica del Caos” o en la admonición mordaz del ensayo de Richard Bernstein “The Coming Conflict with China”.
En el signo de los tiempos, la gran interrogante es cuánta de esa potestad perderá el monolito norteamericano, cuánto Washington está dispuesto a ceder para compartir el poder que, por ejemplo, le dio la reconstrucción en Japón o el Plan Marshall en Europa; cuánto considera que está en Asia y no en América Latina la verdadera disputa para recuperar toda la autoridad.
Después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, el segundo hecho significativo para la aldea global lo es el actual cambio de rumbo en la política estadounidense.
La llegada del empresario Donald Trump (sus familiares son inmigrantes de raíces alemanas en busca del sueño americano) a la Casa Blanca prácticamente está azuzando todo el avispero geopolítico.
Hay un desequilibrio visible en el (des)orden mundial con una serie de roces y enfrentamientos innecesarios provocados no sólo en el terreno diplomático, sino también en cuanto al entramado del multilateralismo en lo comercial y en lo económico.
Con poco más de un año de gestión política, la figura de Trump ha dejado de analizarse como la del “loco” outsider que arribó por sorpresa contra todo pronóstico –y encuestas- a la cima de Estados Unidos; se cree que sus decisiones no son meramente fortuitas sino que más bien responden a un plan deliberado de generar roces.
Al G7 formado por Canadá, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido, Francia y por supuesto Estados Unidos, el mandatario Trump lo ha sumido en la desesperanza; estas economías que se abrogan el derecho de ser las más industrializadas del planeta se encuentran ahora relamiéndose las heridas.
Los dardos lanzados hacia Occidente son inusuales por el nuevo proteccionismo en carne viva que amenaza un día sí y el otro no, con gravar con más y nuevos aranceles a las importaciones de mercancías que realiza la economía norteamericana.
A sus aliados tradicionales, el amago inminente (de hecho, ya esperado por ellos) pasa por el anuncio de un nuevo reajuste alcista de los impuestos ad valorem en la importación de vehículos; que de instrumentarse sería un varapalo para los productores alemanes, franceses, españoles, mexicanos y canadienses.
A COLACIÓN
Mientras Occidente tambalea de la mano de su líder -como en tiempos del Imperio Romano-, en Asia, China no deja de construir andamio tras andamio la expansión de su economía, pero también empieza a reclamar su papel trascendental en la geopolítica.
Trump no ha dejado de enviar incesantes dardos envenenados obligándole a mediar con Corea del Norte, amenazándole con más aranceles a los 50 mil millones de dólares de impuestos a las importaciones de varios productos chinos ahora el conato estadounidense advierte de más aranceles hasta por 200 mil millones de dólares; desde Pekín reviraron que, en caso de imponerlos, serán respondidos con la misma vara. El quid pro quo…
La nueva política norteamericana destruye, sacude, irrita, provoca, quiere el caos para concitar confrontaciones de unos con otros; se salta todas las normas diplomáticas, así como las políticas del buen vecino e inclusive se sitúa por encima de las instituciones eje del consenso global y que velan por las relaciones internacionales. Provoca el caos para conservar el liderazgo, para en la confusión seguir siendo el ganador, en medio del efecto mariposa.
Directora de Conexión Hispanoamérica, economista experta en periodismo económico y escritora de temas internacionales
@claudialunapale