El triunfo de AMLO en las elecciones presidenciales está llamado a marcar un hito en la historia política nacional no sólo por haber superado el umbral de la mayoría absoluta, algo que desde el entender experto era imposible, dada la estructura de partidos, la distribución tripartita de las preferencias y la ausencia de la regla de segunda vuelta.

Para mayores detalles, se trata de la primera alternancia que se da al margen del arreglo PRI-PAN, que habría emergido tras el fraude en las elecciones presidenciales de 1988; se habría conservado luego de la entrega de la estafeta al PAN en las elecciones de 2000, las elecciones fraudulentas de 2006 y el regreso al PRI de la estafeta por la vía de las desaseadas elecciones de 2012.

Está fuera de discusión que la victoria apabullante de AMLO y la derrota dramática de la coalición buro-empresarial de gobierno (1988-2018) son las dos caras de la misma moneda. Los amagos de los tigres, los diablos y las amenazas del apocalipsis de las turbulencias y la inestabilidad son los síntomas más claros de que esta vez el destinatario de la estafeta está más allá de las filias de los beneficiarios del régimen que quedó atrás.

No están claros los alcances históricos del triunfo de AMLO, el outsider  del arreglo partidocrático. En una fuerte corriente de opinión de la prensa internacional, se trata de un triunfo de la izquierda, que materializará el escenario del primer gobierno de izquierda.

Es de señalar que en la opinión de muchos de los intelectuales orgánicos del ancien regime, Enrique Krauze entre ellos, en modo alguno puede considerarse a AMLO un representante de la izquierda y sí, por el contrario, como un político populista de pura cepa.

Menos lugar hay a la duda de que AMLO representa para la partidocracia y la coalición de intereses tejida a su alrededor una opción políticamente disruptiva  y perturbadora, que pone en duda la continuidad de la simbiosis “neoliberal”, base del control centralizado a favor de unas cuantas familias a los cargos de representación popular, la concentración de la riqueza en un puñado de empresarios y de la existencia de 54 millones de mexicanos en situación de pobreza.

Tampoco están claros los alcances del triunfo de AMLO en el escenario mundial. Las muestras de entusiasmo suscitadas en líderes de izquierda de Latinoamérica son apenas el primer indicio de que se avecinan mejores tiempos para las fuerzas de la izquierda progresista.

La moneda está en el aire. Sin menoscabo de ello, puede anticiparse que si AMLO resulta exitoso en su estrategia de separar el ámbito de la economía y el ámbito de la política, a la vez que impulsa una política social intensiva y extensiva que no desequilibre las finanzas públicas, podrán sentarse las bases de una hegemonía de largo aliento.

La destrucción de las bases de reproducción de la partidocracia no requiere mayor discusión. Las cuotas de votación del PAN y el PRI, dos de sus columnas vertebrales, se encuentran muy por debajo de su media histórica y lo que necesitarían para afirmarse como oposiciones fuertes.

Más aún, la derrota del PRI es tan apabullante y tan altos los riesgos de que su poco capital político migre a Morena que bien podría sostenerse la hipótesis de que pronto entrará en trance irreversible de extinción.

La situación del PAN tampoco es fácil. En el panorama asoman los indicios de que pronto iniciará una batalla intestina y sin cuartel por el control entre el grupo de Anaya y los damnificados de la historia reciente, que podría dejarle mucho más débil de lo que ahora luce.

Por si eso no fuese suficiente, cinco de las nueve partidos políticos nacionales (Panal, Pes, Movimiento Ciudadano, PVEM y PRD) acusan serios problemas para alcanzar el 3% de la votación, exigido por la ley electoral para preservar sus respectivos registros.

En resumidas cuentas, el saldo de la batalla es inédito: en el escenario despunta casi en solitario la estrella de Morena, una sola y colosal fuerza que amenaza con crecer aún más a costas de los partidos en extinción durante las próximas semanas.

El escenario del voto masivo hizo su parte y con creces. La pregunta ahora es si eso se configurará como debilidad o fortaleza para Morena. A Andrés Manuel no parece preocuparle mucho la falta de contrapesos. Habrá que ver si pesa más en la balanza la claridad de los cambios por impulsar que los probables sesgos del mayoriteo.

En este contexto, y dado que no hay urgencias por el momento, nada mal estaría  ir diseñando desde ya la estrategia para desmontar la captura partidocrática de las instituciones del Estado mexicano e impulsar una reingeniería profunda, enderezada hacia el bienestar público.

Mal haríamos en echar las campanas al vuelo por el final feliz de la contienda electoral. El INE se salvó en esta ocasión de la desnudada no por méritos propios, sino por los casi 30 puntos porcentuales que separan al primero del segundo lugar. Cabe hacer votos porque esta sea la última elección en la que la democracia y la voluntad popular terminan privando no por las instituciones electorales, sino pese a ellas.

Lo que está por delante es averiguar si la lección del 2000 quedó aprendida. Hoy, el escenario luce bien: expectativas muy altas y legitimidad por las nubes. A ver si es cierto, AMLO.

 

*Analista político

@franbedolla