A apenas dos meses de las elecciones presidenciales de Brasil, los principales candidatos tienen problemas para encontrar a alguien dispuesto a ser su compañero de boleta.
Entre los grandes nombres que han rechazado ofertas para el cargo de vicepresidente hay generales, empresarios, un astronauta, un actor famoso e incluso un descendiente de la familia real brasileña.
Pese a que tres de los cinco últimos líderes brasileños llegaron al poder a trasvés de la vicepresidencia, los potenciales candidatos de este año alegaron desde motivos familiares a la oposición de sus partidos para decir “Gracias, pero no”.
El aparente desinterés en asociar la reputación propia a la de otro candidato llega en un momento en el que la clase política de la mayor nación de Latinoamérica es profundamente impopular luego de años de escándalos de corrupción.
La carrera electoral también está en el aire ya que el expresidente Luz Inácio Lula da Silva, el favorito en las encuestas, está preso y podría no ser autorizado para postularse al cargo.
El candidato que parece tener más problemas a la hora de encontrar un compañero viable es el congresista Jair Bolsonaro, un excapitán del ejército que se presenta como ajeno a la política aunque ocupa un escaño en el Congreso desde 1991. Su promesa de acabar con la corrupción y el crimen le reportó un gran número de seguidores y sería el segundo más votado según las encuestas, pero ha recibido también fuertes críticas por sus comentarios racistas, sexistas y homófonos.
En 2014, Bolsonaro fue multado por decirle a una legisladora que era tan fea que “no merece ser violada”. El pasado abril, la fiscalía lo acusó de racismo y discriminación por comentarios sobre los negros, indígenas, refugiados, mujeres y homosexuales. Bolsonaro suele defenderse argumentando que la prensa saca sus declaraciones de contexto.
“El costo de asociarse con un candidato como él, homófobo y machista, es muy elevado”, señaló Sergio Praça, profesor de ciencias políticas en la Fundación Getulio Vargas, un centro de estudios y universidad en Río de Janeiro. “Ser el candidato a la vicepresidencia de Bolsonaro y perder (la elección) sería malo para cualquiera”.
Esta aprensión se mostró quedó de manifiesto en una de las primeras elecciones del aspirante, el general en la reserva Augusto Heleno. Tras un cortejo público por parte de Bolsonaro, Heleno dijo el mes pasado que tenía que rechazar la propuesta porque su partido no aprobaba la alianza.
Las coaliciones son vitales en la política brasileña, donde hay más de tres docenas de partidos y más de 20 son lo suficientemente grandes como parta tener presentación en el Congreso.
Los candidatos suelen intentar cimentar esas alianzas con un aspirante a vicepresidente de otra formación. El tamaño del segundo partido también importa porque el tiempo gratuito de anuncios de campaña, estipulado por ley, se basa en la representación parlamentaria actual.
Pero las alianzas pueden suponer también un riesgo. El actual dirigente, Michel Temer, ocupó la presidencia en 2016 cuando Dilma Rousseff fue sometida a un juicio político y cesada por la gestión ilegal del presupuesto federal. Rousseff y otras figuras del izquierdista Partido de los Trabajadores acusaron a Temer, de una formación de centro, de ser parte de la trama en su contra, algo que él niega.
Bolsonaro, quien ha prometido formar un gobierno con militares en activo y retirados, se acercó a otro general en la reserva, Hamilton Mourao. Los desacuerdos entre sus partidos impidieron inicialmente el pacto, aunque según los medios locales, siguen discutiendo esta posibilidad.
Al parecer, Bolsonaro también había tentado a Marcos Pontes, el primer astronauta brasileño; Luiz Philippe de Orleans y Bragança, un heredero del último emperador de Brasil, y a la abogada Janaina Paschoal, quien escribió la ley del juicio político que terminó con el gobierno de Rousseff.
Una portavoz de Bolsonaro declinó comentar las deliberaciones para dar con un compañero de fórmula.
Pero Bolsonaro no es el único en problemas. Marina Silva, exministra de Medio Ambiente que está tercera en las encuestas, intentó reclutar al actor Marcos Palmeira pero fue rechazada.
Geraldo Alckmin, exgobernador de Sao Paulo, intentó públicamente convencer a Josue Gomes, quien además de ser un empresario de éxito es hijo del exvicepresidente Jose Alencar. Gomes publicó un artículo de opinión en el diario Folha de S. Paulo respaldando a Alckmin, pero se negó a entrar en campaña citando razones personales.
“En el caso de Alckmin, está intentando mostrar viabilidad electoral”, apuntó Mauricio Santoro, profesor de ciencias políticas en la universidad estatal de Río de Janeiro. “No ha sido capaz de convencer a la gente de que es una buena apuesta”.
No puede culparse a los posibles candidatos a la vicepresidencia por su escepticismo. Silva se presentó a la presidencia en 2010 y 2014 y quedó tercera en ambas ocasiones. En su campaña a la presidencia en 2006, Alckmin sacó menos botos en el balotaje con Lula que los que obtuvo en la primera ronda.
La campaña de Alckmin no realizó comentarios al respecto y la de Silva no respondió a los mensajes.
La carrera electoral tiene un comodín en Lula, que en abril comenzó a cumplir una pena de 12 años por un caso de corrupción. Aunque la ley le prohíbe optar a un cargo electo, el Partido de los Trabajadores insiste en que será su candidato.
Muchos analistas creen que la dirección del partido podría nombrar al exalcalde de Sao Paulo Fernando Haddad como vicepresidente y pasarlo a lo más alto de la boleta una vez la corte electoral de Brasil niegue oficialmente a Lula la posibilidad de concurrir.
“Las perspectivas para su elección siguen siendo turbias”, dijo Carlos Melo, profesor de ciencias políticas en Insper, una universidad en Sao Paulo. “La duda es Lula, que no debería ser candidato, pero no sabemos qué pasará”.