La pregunta del millón de dólares es si, el escenario geopolítico y geoeconómico actual, está siendo el caldo de cultivo para que los países emergentes vuelvan a caer en las marismas de la crisis… la palabra maldita.
Después de Argentina y su petición de rescate financiero al Fondo Monetario Internacional, ¿le seguirá Turquía? ¿Habrá un efecto de contagio dominó que terminará arrastrando a los emergentes nuevamente al abismo económico?
Durante la última década en que los países industrializados cayeron arrastrados por la crisis de las subprime en Estados Unidos, su exposición al riesgo al ladrillo, las hipotecas y el sobreendeudamiento ciudadano fueron los países emergentes (también llamados menos industrializados y subdesarrollados) los que jalaron el carro del crecimiento global.
Mucho se teme ahora, sobre todo en las tempranas previsiones de los analistas internacionales y asesores de mercados, que esto sea el significativo final de casi diez años dorados para las economías emergentes en parte porque Estados Unidos está detonando bombas diplomáticas, económicas, políticas junto con dañinas granadas de manipulación, coerción, amenaza y coacción que están terminando por reventar a las economías más expuestas a las vulnerabilidades conocidas por todos.
Si la Reserva Federal incrementa sus tasas de interés y el dólar se fortalece, ¿quién sufre? La respuesta es sencilla: lo hacen todos aquellos países, personas morales, empresas y personas físicas fuertemente apalancadas en el billete verde porque no sólo su deuda vale más en dólares sino que es más caro pagarla por el reajuste alcista en los tipos.
Es una forma de asfixia segura cuando se está endeudado, con problemas de liquidez y hasta de solvencia; con México tenemos una dramática historia de cómo varias generaciones de compatriotas quedamos atados al grillete del pago de los intereses, de los intereses, del principal de la deuda externa.
El anatocismo aplicado por el Tesoro estadounidense para con sus empréstitos, así como las condiciones impuestas por el FMI, para proveer de oxígeno financiero han constituido el más lamentable caso de transferencias de recursos de un país endeudado hacia el acreedor. Años de PIB y de crecimiento se fueron a las arcas de Estados Unidos y a las del organismo internacional.
Así se dragaron los años de 1980, la terrible “década perdida” como la denominó la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL); como lo señalé en mi libro “En la órbita del dólar”, sello Debate, RandomHouse Mondadori, por el lado del endeudamiento, la deuda externa del país se había incrementado peligrosamente presionando la solvencia y la liquidez de las arcas nacionales.
En 1976, la deuda externa del sector público era de 19 mil 600 millones de dólares. En los siguientes seis años se triplicó, y para, 1982 el saldo de la deuda externa del sector público aumentó a 58 mil 874 millones de dólares.
En 1982, el pago anual por intereses de la deuda externa ascendió a 14 mil millones de dólares, esto es, “la economía de México tuvo que transferir al exterior, cada año, el equivalente al 7% del PIB”.
A COLACIÓN
El pasado 8 de junio, el gobierno de Mauricio Macri, acordó un préstamo “stand-by” por 50 mil millones de dólares entre Argentina y los acreedores del FMI para inyectar liquidez y sobre todo respaldar a la moneda: el peso argentino es la moneda más golpeada por la divisa estadounidense; desde enero y a principios de mayo, acumulaba un desplome del 13.15 por ciento.
Le siguen otras igualmente castigadas como son el rublo ruso, la lira turca y el real de Brasil sin obviar que la moneda mexicana ha tocado hasta los 20 pesos por dólar.
Y va que empeora porque se está hiperreaccionando también al contexto geopolítico cada vez que Trump habla o escribe una amenaza o una intimidación en Twitter, sus bonos políticos suben, y provoca además la percepción de fortaleza de la Unión Americana en medio del enrarecimiento internacional.
Turquía, tampoco se ha escapado, el viernes pasado su moneda vivió momentos frenéticos llevaba una devaluación del 19% tras el anuncio –como represalia política- de que Estados Unidos duplicará los aranceles hasta el 50% para las importaciones de acero turco y del 20% en el aluminio.
Trump está creando un problema político bilateral con Turquía, por el hecho de que la justicia otomana se negó a liberar al pastor norteamericano, Andrew Brunson, acusado de espionaje y colusión terrorista.
Mientras el mandatario turco Recep Tayipp Erdogan conminaba a sus ciudadanos a defender “con todo su oro, sus euros y sus dólares” a la lira turca para ganar “la guerra económica”; del otro lado del Atlántico, Trump, prepotente y sobrado tuiteó: “Yo he autorizado duplicar los aranceles del acero y del aluminio a Turquía mientras su moneda, la lira turca, se desploma en contra de nuestro muy fuerte dólar. Nuestras relaciones con Turquía no son buenas ahora”.
Directora de Conexión Hispanoamérica, economista experta en periodismo económico y escritora de temas internacionales
@claudialunapale