Las situaciones extraordinarias tienen un valor pedagógico excepcional: hacen que salga a relucir el cobre del alma de quienes las vivimos. Ello aplica a la perfección al caso de la oleada de migrantes centroamericanos, principalmente hondureños, que hoy tiene en jaque al gobierno mexicano, amenaza en convertirse en un factor decisivo en las elecciones intermedias de los Estados Unidos; y, lo que no es asunto menor, pone de manifiesto el ascendente proceso de polarización social en nuestro país.
Para quien esto escribe, diversidad de matices aparte entre pro-AMLO y anti-AMLO, lo esperable es que, imperando un enfoque de derechos humanos, la migración fuese interpretada y procesada como una crisis humanitaria.
A la vista del comportamiento de los flujos de opinión en las redes sociales y de los resultados de los sondeos de opinión, que exhiben una fractura entre una ligera mayoría de personas que respaldan a los migrantes y están de acuerdo en que se les apoye y una gran cantidad de mexicanos que están en contra y se oponen abiertamente a que se les brinde ayuda, lo menos que puede decirse es que, como sociedad, acusamos un severo problema de subdesarrollo moral.
Hasta donde da mi información y entendimiento, la gran mayoría de quienes hoy se desgarran las vestiduras apoyándose en los relatos del nacionalismo, la defensa del Estado de Derecho, la presencia de “obscuros intereses” y la desconfianza gratuita en la honorabilidad de los extraños que “hoy nos invaden”, están en la primera fila de quienes denuncian el maltrato de los mexicanos en los Estados Unidos y ven en Donald Trump a uno de sus peores detractores en la historia reciente.
A este respecto, el detalle a resaltar es la “doble moral” de los detractores de los migrantes centroamericanos, cuya conciencia está probando ser lo suficientemente creativa para hacer coexistir en su seno, dos narrativas de naturaleza excluyente: la defensa enfática de los derechos humanos de los migrantes mexicanos frente al gobierno de los Estados Unidos, por un lado; y, por el otro, la extensión de una carta en blanco para que el gobierno mexicano, en defensa del la legalidad y el interés nacional, vulnere los derechos humanos de los migrantes centroamericanos.
En mis confesables sesgos individualistas y liberales, me es dable entender y hasta tolerar (con mucho esfuerzo de mi voluntad, por cierto) las interpretaciones dilemáticas del estilo de que en contexto de apremio y escasez de recursos como el que efectivamente impera en nuestro México, y teniendo que elegir entre ayudar a un mexicano o a un centroamericano, se opte por lo primero.
Una cuestión diferente es la autoridad moral que puede concederse a sí misma una persona (y la que merece desde la perspectiva de sus interlocutores) que profesa públicamente su creencia en el valor de la dignidad humana, pero procede en las cuestiones prácticas de su experiencia bajo la creencia, quizás no reconocida ni tampoco reflexionada, de que los derechos humanos de los mexicanos son más relevantes y dignos que los derechos humanos de los centroamericanos.
A ese rasgo de la personalidad moral equiparable al síndrome de “la chimoltrufia” (“como digo una cosa, digo otra”) suele reconocérsele en el argot popular mexicano como “doble moral”. Algo hay de afortunado y algo de equívoco en dicha expresión. Acierta en reconocer la flexibilidad de la conciencia moral de una fracción muy grande de mexicanos que suscriben el valor de los derechos humanos pero que admiten excepciones cuando no se trata de mexicanos. En cambio, yerra en inducir una interpretación simplona de la muy humana y nada rara coexistencia de dos creencias de valor contradictorias en una misma conciencia.
Una observación detenida de la pasión que exhiben los detractores de los migrantes centroamericanos cuando de defender a los migrantes mexicanos se trata basta para poner en duda la consistencia empírica de que la así llamada doble moral describa el caso de una conciencia habilidosa en el arte de decir una cosa y también la otra, por mero cálculo de conveniencia o corrección política.
Más consistente con las experiencias valóricas y emocionales de los partícipes contrarios a la migración centroamericana es que proceden en congruencia con sus creencias de que los derechos humanos son absolutamente valiosos y de que los derechos humanos de los centroamericanos son sacrificables.
Las razones por las cuales pueden coexistir en una sola conciencia creencias encontradas son materia de debate entre los enfoques constructivistas de la cibernética, la biología del conocimiento y las teorías de los sistemas autorreferenciales.
En clave de desarrollo moral, más relevante que eso es percatarse y reconocer como problema relevante en la sociedad-mundo la condición acrática (léase: de ingobernabilidad de la conciencia) que acusa una proporción muy elevada de la población.
Ex adverso, una persona en comando de su propia voluntad consciente ya habría resuelto la disonancia entre sus dos entenderes de un mismo valor y sus respectivos relatos. Como prueban múltiples estudios experimentales de la psicología cognitiva, personas medianamente competentes en el ejercicio de la auto-observación, ya habrían resuelto sus disonancias y arribado a la situación excelsa del equilibrio reflexivo.
Definitivamente, no es buena noticia que los “doble-moralinos” ni siquiera estén en condición de practicar el mutualismo (la máxima práctica del “hoy por mí, mañana por ti”), que en la clásica teoría del desarrollo moral de Kohlberg describe una etapa lejana al ideal de la autonomía moral y apenas distante de la fase primaria, la preconvencional.
Los actuales acontecimientos, quiérase o no, abonan a favor del insight de AMLO en su llamado a la forja de la constitución moral, que imagino una república de personas moralmente autónomas. Discusión aparte es si él mismo entiende los alcances de su propuesta y las condiciones para materializarla.