Buenos Aires.- A pesar del escándalo que rodeó la final de la Copa Libertadores, los hinchas de Boca Juniors y River Plate están confiados en que su equipo se coronará en el partido que se jugará el próximo domingo en Madrid y que podrán salir a festejar en masa el nuevo y decisivo título.
Millones de seguidores de los dos equipos más importantes del futbol argentino tuvieron que resignarse a ver el histórico partido en casas con familiares o amigos, o en los bares y restaurantes en donde las reservas para disfrutar y sufrir los goles ya están agotadas.
“Nos quitaron la ilusión”, es la frase que más repiten los hinchas de ambos clubes, ante la violencia, la desorganización y la manipulación que evitó que la final se llevara a cabo el pasado 24 de noviembre en el Estadio Monumental de River Plate, tal y como estaba planeada.
“Ese día íbamos a dar la vuelta en nuestra cancha, nos quitaron ese gusto por sus negociados”, afirmó Emilio Cabrera, mozo de un céntrico restaurante que había comprado sus entradas para un partido que jamás logró llevarse a cabo.
“Era el partido soñado, le queríamos ganar a River en su casa”, lamentó Matías Peña, abogado hincha de Boca Juniors que reconoció que “con tanto manoseo, no sé bien qué vamos a festejar”.
Este año, por primera vez en la historia, Boca y River llegaron a la final de la Copa Libertadores, el torneo continental más importante, el de mayor prestigio, el mismo que los dos equipos argentinos han ganado en seis y tres ocasiones, respectivamente.
El vibrante partido de ida se disputó el 10 de noviembre en la cancha de Boca y terminó con un empate 2-2, por lo que, para el segundo y último choque del 24 de noviembre, River contaba con la ventaja de ser local.
La fiesta deportiva mutó en tragedia ese día en el momento en el que el autobús que trasladaba a los jugadores de Boca Juniors fue apredreado por hinchas de River en las cercanías del estadio.
Para peor, las fuerzas de seguridad reprimieron la agresión con gases lacrimógenos que terminaron afectando a los propios futbolistas, algunos de los cuales tuvieron que ser llevados directamente al hospital.
Con el Monumental colmado por 66 mil hinchas, la Conmebol presionó todo lo que pudo para que el partido se realizara a pesar de que el clima de violencia iba creciendo.
En lo que parecía ya una telenovela, el partido se retrasó primero una hora, después dos horas, luego se pasó para el día siguiente, pero el domingo tampoco pudo jugarse por la negativa de Boca, que advertía que no estaba en igualdad deportiva con River.
El suspenso por la final duró varios días, hasta que la Conmebol decidió que el partido se jugaría el 9 de diciembre en el Santiago Bernabéu, la sede del Real Madrid, a pesar de las protestas de River Plate, que quería jugar en su cancha, y de Boca, que quería que le dieran el título ya sin ningún juego de por medio.
La decisión indignó a futbolistas, periodísticas políticos y público en general, ya que consolidó el prejuicio de que Argentina no puede organizar ni siquiera un espectáculo deportivo.
“Día a día más enojada con la mudanza de la final a Madrid. Usaron una maniobra de la política: nos bajaron la autoestima, nos hicieron creer que la culpa de lo que nos pasa es nuestra, que no somos dignos de nuestro propio Superclásico. ¿Y los tirapiedras? Ni uno encontraron”, escribió, por ejemplo, la periodista deportiva Ángela Lerena.
Miles de hinchas hicieron el escándalo a un lado y agotaron los vuelos a Madrid para presenciar final, mientras que millones más se resignaron a que lo verán por televisión y a miles de kilómetros de distancia.
Eso sí, una vez terminado el choque, el centro de Buenos Aires será el escenario de los festejos que tendrán un solo color y que serán custodiados por un operativo de seguridad especial para evitar, de nuevo, la interminable violencia que padece el futbol argentino .