El solsticio de invierno marca la vuelta del ciclo en el que las noches se alargan y los días se acortan, durante esta transición, una cara de la Tierra recibe la menor cantidad de luz solar produciendo el día más corto y oscuro del año (lo que marca el inicio del solsticio de invierno en el hemisferio norte) y la otra la mayor cantidad, produciendo el día más largo y luminoso del año (lo que marca el inicio del verano en el hemisferio sur). “Solsticio” proviene del latín Solstitium que significa “Sol quieto o estático”, este fenómeno astronómico ocurre dos veces al año en junio y diciembre. Durante este momento, en el polo sur, el Sol se mantiene en el horizonte durante 24 horas, y en el polo norte, por debajo del horizonte durante las mismas 24 horas.
El invierno es un término subjetivo puesto que no se sabe a ciencia cierta cuando es su principio ni su fin, las mayor parte de las antiguas culturas paganas del mundo celebraban el nacimiento del Sol entre el 21 y 22 de diciembre, dado que el solsticio hiemal, marca en sí, el fin y el principio del ciclo en donde el astro rey “renace” para continuar su proceso natural. Astrológicamente hablando, los solsticios son las dos puertas zodiacales, la de entrada y la de salida del ciclo divino al que pertenecen el Sol y la Tierra, a este acontecimiento antiguamente se le conocía como “la puerta de los dioses”. Durante este momento, el Sol recorre la línea imaginaría que divide al hemisferio sur, el trópico de Capricornio haciendo caer sus rayos de forma perpendicular sobre la Tierra, marcando el inicio de este signo zodiacal.
Para los antiguos mayas nada tenía más relevancia que los movimientos del Sol, esta civilización mesoamericana centraba su atención en estudiar los movimientos del astro rey sobre sus latitudes. Los mayas se percataron que todos los años, durante el solsticio de invierno, que el Sol viaja a su punto más meridional por lo que el 21 de diciembre celebraban con rituales y ceremonias el último día de su año. En diversos sitios sagrados organizaban estos eventos con alto grado de misticismo, ya que el Sol, a vista de todos, creaba efectos visuales alucinantes, fenómenos increíbles que a la fecha toman lugar en algunos monumentos mayas durante los equinoccios y los solsticios.
Stonehenge es la edificación megalítica más antigua y fascinante de la historia, en este templo celta gigantes rocas se alinean para mostrar los puntos de salida del Sol y la Luna durante los solsticios de verano e invierno. Este lugar sagrado, era utilizado como una calculadora astronómica para predecir los eclipses de los astros, así como un adoratorio de los doce dioses del zodiaco.
La mayoría de las antiguas culturas como la egipcia, la griega, la persa, la romana o la hindú, han celebrado durante el solsticio hiemal (alrededor del 22 de diciembre) el parto de la “Reina del Universo” y el nacimiento de su hijo un dios Solar. En la mitología del culto al Sol de las antiguas culturas milenarias, siempre ha estado presente la concepción de un joven dios que año con año muere y resucita simbolizando de este modo a la vida cíclica del mundo natural. Las historias mitológicas de partos virginales anteceden al cristianismo y son parte de cada una de estas míticas culturas paganas quienes se hacían llamar “hijos del sol”, puesto que, a él le atribuían el origen creador masculino y fuente de toda vida. Este ha sido el acontecimiento cósmico por milenios que celebra el nacimiento de los antiguos dioses solares como Mitra, Baco, Horus, Apolo, Quetzalcóatl, Zoroastro o Krishna. El Imperio Romano conmemoró hasta finales del siglo IV el nacimiento del “Sol Invencible” (Natalis Solis Invicti), cuando el Papa Liberio (352- 366) impuso a esta celebración el nacimiento de Jesús, el “Cristo Salvador” la noche del 24 al 25 de diciembre fecha que coincidía con los días solsticiales.
Desde la antigüedad, distintas civilizaciones han representado en esta época al renacimiento del Sol, así que, no es casualidad, que el natalicio de las deidades solares de las principales culturas paganas precristianas alrededor del mundo se situara alrededor del solsticio de invierno, puesto que el arribo del solsticio de invierno es el momento cósmico que sustenta la continuidad del ciclo de la vida natural.
En los tiempos modernos, algunas tradiciones neopaganas de origen celta como la Wicca y el Neodruidismo, celebran el 22 de diciembre bajo el nombre de la antigua fiesta nórdica “Yule” o “Yuletide”, una de las 8 festividades o “Sabbats” que forma parte del ancestral calendario celta conocido como “la rueda del año”, utilizado para festejar y marcar el ciclo de las 4 estaciones. Yule representa el año nuevo wiccano y es una ocasión para celebrar el retorno de la Luz Sagrada que emana el Sol, quien una vez más vuelve, de su perpetuo ciclo divino, para calentar y germinar la vida sobre la totalidad de nuestra Madre Tierra.