El optimismo es el signo distintivo del año que inicia. Los capitalinos, como la mayor parte de los mexicanos, creemos que en el futuro inmediato habrá menos de lo malo, como la corrupción y la inseguridad; y más de lo bueno, como la mejora económica y el bienestar.

En el lenguaje de la econometría y los “datos duros”, es difícil saber cuál es el valor de este intangible. A la luz de las experiencias históricas, sin embargo, es de reconocer que las grandes transformaciones históricas fueron impulsadas por agentes sociales que veían el futuro con optimismo y creían en su poder transformador.

Los “prietos” en el arroz, cierto, persisten y se manifiestan. Son las minorías que, muerto su ogro benefactor -el régimen rapaz-, viven el desamparo, la congoja y el enojo por los privilegios que se les esfumaron.

Es difícil pronosticar cuánto tiempo durará el duelo y la feroz resistencia al cambio por parte de los damnificados materiales, que no son muchos; y los damnificados simbólicos, que no son pocos, del derrumbe del régimen plutocrático.

Lo cierto es que, para ellos, hasta ahora el balance luce desolado. Su catastrofismo, disfrazado de “datos duros”, ha venido hilando una seguidilla de derrotas. Los agentes económicos globales distan mucho de hacerse eco del pesimismo local y, para colmo, las variables macroeconómicas se mueven en sentido favorable a la Cuarta Transformación.

Sin menoscabo de lo anterior, hay condiciones críticas para el éxito que resultan dignas de ser tenidas en cuenta. En el cortísimo plazo, la más relevante tiene que ver con los rendimientos visibles en el bienestar y tangibles en los bolsillos de las políticas públicas del nuevo gobierno.

No se trata tan sólo de que las expectativas son por igual elevadas y concretas, sino también de que el sentido de urgencia es un componente crucial en lo que perciben y aprecian las jóvenes generaciones, que mayoritariamente apostaron por                      el cambio.

Sin victorias claras y contundentes en el corto plazo, conviene tener claro, no hay proyecto de largo plazo que valga para la Cuarta Transformación. La estructura, la orientación y el estilo de implementación contenidos del Proyecto de Egresos para 2019 expresan la meridiana claridad que hay sobre este particular.

En sustitución del esquema anterior, que hacía girar la gobernabilidad en torno al juego de repartos (moches) a los gobiernos locales y municipales, la propuesta actual gira en torno a los programas prioritarios de desarrollo, bajo un esquema de control hiper centralizado (¿podría ser de otra manera en las actuales circunstancias?) y eliminación de los intermediarios.

Si el nuevo esquema funciona, y los augurios son favorables, se incrementarán las probabilidades de un proyecto de largo aliento. Tan cierto como ello es que, a la par, habrá que dedicar tiempo y recursos a superar el desafío de la polarización social.

Quizás sea éste el último nicho de oportunidad para los opositores de la extrema derecha, artífices y protagonistas, del clivaje clasista que hoy amenaza la unidad nacional y que, hoy por hoy, encuentra en el PAN su mejor, y posiblemente única, plataforma. Ya el curso de los acontecimientos en la elección poblana, hoy en puerta, ofrecerá seguramente mayores elementos de juicio.

En lo concerniente a la conquista del futuro, el elemento crucial de la Cuarta Transformación pasa por la construcción de una visión de futuro clara, inspiradora, viable y consensual. Si bien es cierto que existen atisbos reveladores de lo que puede ser, sería poco serio desconocer que hace falta un proyecto de largo plazo, traducido en prioridades estratégicas, objetivos, metas e indicadores.

Uno de los ejes en dicho proyecto, sin lugar a dudas, es la reforma del Estado, el gran pendiente de la forja de una comunidad política civilizada, en la que impere la ley y no la voluntad del gobernante en turno.

Entrando en gastos, una de las vertiente estratégicas y condición de posibilidad de la Cuarta Transformación en el largo plazo es la hechura de una Constitución Política a la altura de sus retos comprometidos y de cara a los imperativos de la era global.

En el presente por ganar, es punto menos que obligado admitir que Morena y sus aliados acusan un déficit importante de oficio político y capital intelectual para impulsar una nueva Constitución. Una buena parte de los diputados que actualmente integran su Grupo Parlamentario dista mucho del perfil de Legislador que los tiempos reclaman.

El presente por ganar impone a Morena el imperativo de gestionar la mayoría legislativa sin mayores yerros ni tropiezos, a la espera de perfilar un proceso de reclutamiento y selección que aporte el capital legislativo para llevar a buen puerto la creación de la Constitución para el salto transformador.

A juzgar por los indicios de hoy, con buenas las probabilidades de que la Cuarta Transformación se dote de las condiciones para erigir un poder hegemónico y de largo plazo.

El optimismo prevaleciente, vale insistir, no sólo es premonitorio de una época que comienza a abrirse paso. Es también un buen caudal de energías que se requieren para hacer a un lado los rescoldos del clasismo prebendatario e impulsar la constitución de una comunidad política solidaria y plural.

*Analista Político

*Presidente del Centro de Investigación Internacional del Trabajo