Cuando Christian Rodríguez llegó por primera vez a las montañas mexicanas de Sinaloa, se preocupó por la pista de aterrizaje clandestina corta y los hombres con armas largas. Luego conoció a su nuevo cliente: Joaquín «El Chapo» Guzmán.

Era el comienzo de 2008. Rodríguez era apenas un veinteañero. Vivía en Colombia y estaba desarrollando su propia empresa en ciberseguridad, por la cual había abandonado los estudios en ingeniería de sistemas.

Quien lo llevó a conocer a «El Chapo» fue Alex Cifuentes, un narco colombiano socio del líder del cártel de Sinaloa para cuya familia Rodríguez había instalado un sistema seguro de comunicaciones, a prueba de interceptaciones.

Guzmán quería lo mismo para él. Y Rodríguez aceptó dárselo.

Ese fue el comienzo de una relación entre ambos que duró hasta 2012, con una docena de encuentros cara a cara y «cientos» de comunicaciones telefónicas, según dijo Rodríguez este miércoles como testigo del juicio a «El Chapo» en Nueva York.