A veces, envanecidos, nos sentimos dioses del Olimpo, pero tragedias como la de Notre Dame en llamas nos recuerdan que somos pequeños y vulnerables.

Ayer que impávida atestiguaba a través de la televisión las imágenes de  Nuestra Señora de París ardiendo, con su aguja vencida por el calor, por momentos tuve esa amarga sensación de volver a ser testigo circunstancial de un hecho que impotente escapaba de mis manos.

Me recordó a la aciaga mañana del 11 de septiembre de 2001, desde mi habitación con mi hijo Julián recién nacido entre mis brazos, miré absorta a las dos Torres Gemelas quemándose tras el impacto de sendos avionazos; demudada vi por el monitor (lo hicieron millones más en todo el mundo) el desplome de una mole seguida por la otra. Me sacudió hasta el eco del silencio con la nada.

Esa nada que el pasado lunes nuevamente atrapó mi atención con las imágenes de la Historia haciéndose cenizas, al menos esa porción que corresponde a Francia en la que  Notre Dame ha sido testigo muda desde el siglo XII cuando apenas asomaba sus primeros trazos como catedral.

A lo largo de los siglos se ha erigido en corazón de la cultura europea y también en un símbolo de orgullo cristiano, se trata del sitio histórico más visitado en Francia, siendo que la nación gala  es precisamente con París, la número uno en captación de turistas internacionales.

Francia no está viviendo momentos fáciles, me atrevo a decir que como siempre marca el derrotero del signo de los tiempos, el presidente Emmanuel Macron enfrenta su mayor desafío en materia de gobernabilidad con el desafío cada sábado de los llamados “chalecos amarillos”.

En búsqueda de un consenso para atajar ese problema social, el delfín del Elíseo ha realizado reuniones con diversos asesores, y precisamente este lunes, Macron daría un mensaje televisado a la nación con una serie de propuestas para mejorar la convivencia social… y mandar de una vez por todas a los gilets jaunes a hacer otra cosa los sábados, menos salir  a protestar otra vez.

No hubo mensaje (lo dio ayer martes) porque el protagonismo total es para la catástrofe de Notre Dame, una que insisto, revela el signo de los tiempos porque así está parte de la sociedad francesa en su tejido socioeconómico; y porque también la Europa de las conquistas sociales arde por dentro consumida por una vorágine de problemas políticos, económicos, sociales, morales…

A COLACIÓN

En plenitud de la Semana Santa, con París a tope de turistas extranjeros, el domingo pasado habían celebrado misa de ramos en la catedral gótica; todavía hay gente que no entiende cómo pudo desatarse tremendo incendio cerca de las siete de la tarde y con muchos visitantes adentro.

Macron no ha intentado siquiera hacer alusión a un potencial hecho terrorista, ni una sola especulación al respecto, se ha abierto una investigación para dilucidar con sus respectivos peritajes cómo pudo arder el techo que precisamente estaba siendo rehabilitado.

Después de cinco horas luchando contra el fuego, y otros tantos focos que luego fueron controlados después, la buena noticia es que Nuestra Señora de París, su estructura está de pie; no se sabe aún cuál será su destino porque primero debe pasar por un largo camino de reestructuración.

Una buena noticia es que se ha logrado poner a buen recaudo la corona de espinas de Cristo, la túnica de Saint Louis, uno de los clavos que se conservan del momento de la Crucifixión, también otras obras de arte que fueron posible salvar gracias a la cadena humana que se formó entre la gente que se encontraba allí en el momento de los lamentables sucesos.

Una cadena humana de solidaridad desbordada ahora por las donaciones millonarias para reconstruir y rehabilitar a Notre Dame, una meta que el presidente Macron ha puesto en un plazo de cinco años.

Las grandes fortunas francesas han sido las primeras en dar la cara: la familia Arnault dueña de Louis Vuitton ofreció 200 millones de euros; la familia Pinault (Henri es esposo de la actriz Salma Hayek) dueño de Gucci y otras marcas donó 100 millones de euros; el consejero delegado de Total, Patrick Pouyanné, ofreció otros 100 millones de euros; la empresa L´oreal aportó 200 millones de euros; el Banco Central Europeo (BCE) anunció que donará 9 millones de euros; el Ayuntamiento de París destinará 50 millones de euros para todos los trabajos de restauración.

La sociedad civil igualmente va organizándose conforme a sus posibilidades, la Fundación del Patrimonio está recibiendo aportaciones de las personas deseosas de dar algo: www.fondation-patrimoine.org recordemos Omnia vincit Amor; et nos cedamus Amori.