Sin el eco de los cruceros turísticos y de muchos buques cargueros, que fueron alejados por la pandemia del nuevo coronavirus, el silencio del océano Atlántico atrae un mayor número de ballenas que buscan las aguas más cálidas del litoral del nordeste brasileño para su reproducción.
«La disminución del ruido de los barcos incide en cetáceos como las ballenas y los delfines, que usan un ambiente silencioso para su comunicación sonora«, explicó el biólogo Sergio Cipolotti, coordinador operacional de la organización no gubernamental (ONG) Projeto Baleia Jubarte, la principal del país para estos mamíferos.
En 2019, según datos de la ONG, pasaron por el litoral brasileño cerca de 20.000 ballenas para aparearse, procrear y tener sus crías y con los primeros avistamientos, desde comienzos de junio en Espírito Santo (sudeste), ese número puede aumentar hasta octubre, cuando los cetáceos deben iniciar su retorno a la Antártida.
Una menor circulación de personas y navíos reduce el riesgo de atropellamientos de crías y la contaminación de los mares.
Pero el silencio contribuye también a «que no haya interferencia» con los sonidos emitidos, por ejemplo, de los delfines para pescar y del canto de las ballenas jorobadas en el apareamiento, según el biólogo.
No obstante, la ONG, que acompaña desde hace 32 años la llegada de las ballenas jorobadas a Brasil, señaló que todavía es «prematuro» para cuantificar el impacto de la pandemia, principalmente, en el archipiélago de Abrolhos, epicentro del nacimiento y apareamiento de la especie.
«Brasil tiene una gran diversidad marina, con más 46 especies activas en nuestro océano. De un total de noventa especies migratorias tenemos la mitad, como las ballenas jorobadas que se alimentan en la Antártida y se reproducen aquí», apuntó Cipolotti.
Ese silencio del mar, propiciado por la pandemia, ha hecho también que otras especies sean vistas estos días a lo largo de los 7.367 kilómetros del extenso litoral brasileño.
La semana pasada, un tiburón-ballena, el mayor pez del mundo con hasta 12 metros de longitud, incluido entre las especies en vía de extinción, fue visto por un grupo de investigadores del Instituto Agronauta y de la Marina de Brasil en Ilhabela, una isla del estado de Sao Paulo.
También la semana pasada, una ballena orca joven tuvo que ser sacrificada para evitar su sufrimiento después de encallar en la playa de Guarajuba, en Camaçarí, región metropolitana de Salvador con un cuadro de infección y de desnutrición severo, según el Instituto Mamíferos Acuáticos.
La presencia de las orcas, una especie predadora, no es común en el litoral brasileño y su aparición, de acuerdo con especialistas, puede obedecer al menor tráfico marítimo que permite su aproximación para buscar alimentos, como pueden ser las crías de las jorobadas.
En mayo, dos ballenas de Bryde, la especie más desconocida de los rorcuales, fueron vistas en Ilhabela y hasta cruzaron el canal de Sao Sebastiao, un transitado paso de balsas que une el continente y la región insular, pero cuya circulación estaba suspendida por la COVID-19.
El Instituto Agronauta dijo a EFE que durante la pandemia se ha visto una mayor cantidad de delfines, incluso de la especie franciscana que está amenazada de extinción, y de tortugas marinas en el litoral paulista.
Estudios de la Universidad Federal de Río Grande do Norte (UFRN) y del Projeto Baleias e Golfinhos de Río de Janeiro apuntaron también que el intenso movimiento de barcos y su ruido se torna «estresante» para el sentido auditivo de los cetáceos, que es bastante sensible.
La pandemia redujo a la mitad el personal que actúa dentro del Projeto Baleia Jubarte, dedicado a la protección de cetáceos, y las operadoras de turismo asociadas a la iniciativa mantienen suspendidas sus actividades.
El Projeto Tamar, el más importante del país con tortugas marinas, también tuvo que suspender sus trabajos en algunos lugares por causa de la pandemia, como en el archipiélago de Fernando de Noronha, donde los investigadores abandonaron las islas para pasar las cuarentenas en sus ciudades de origen.
Sin embargo, la ONG calcula que en la temporada que finalizó en julio tuvieron lugar 24.500 desoves, 500 más que el año pasado, y nacieron más de dos millones de crías de tortugas marinas.