Nunca un problema institucional exigió a la jefa de gobierno tanto tiempo y concentración como la crisis del coronavirus. Ahora, además de los conflictos de la Ciudad, Claudia Sheinbaum, las cejas en punta y los ojos más abiertos de lo habitual, sigue en el teléfono los informes sobre la evolución de la enfermedad y un amasijo de eventos desencadenados por el virus, todo el tiempo.

Son Veinte o treinta las marchas y peticiones asociadas al coronavirus que Sheinbaum y su equipo enfrentan a diario, más la revisión de los pacientes contagiados, intubados y portadores, al tiempo que resuelven una galería de requerimientos de dinero, médicos y materiales y negocian con taxistas, comerciantes y ministros de culto reanudar actividades tras la parálisis más prolongada de la ciudad.

Los reportes no paran de saltar en su imprescindible celular cuando está en casa y en los monitores de su oficina de ventanas monumentales que atisban al Zócalo. Sheinbaum preserva el mismo número hace 15 años.

En la alcaldía de Tlalpan lo compartió con los vecinos que le envían mensajes en medio de la crisis. El coronavirus es un enemigo invisible que sofoca la economía, disloca la vida familiar y multiplica los desafíos de las instituciones, mientras las debilita: Un tercio de los 300 mil empleados de gobierno permanecen en sus casas. 9 mil se contagiaron.

La Procuraduría y el Poder Judicial trabajan a la mitad y recorren las calles dos terceras partes de 90 mil policías. Han muerto 250 agentes, 100 empleados de la Secretaría de Gobierno y 20 conductores y señoras de las taquillas del metro. Dos mil médicos y enfermeras se refugiaron en sus casas.

El viejo número telefónico de Sheinbaum trasciende una mera costumbre. Sus colaboradores enmarcan su significado en una frase que les ha repetido desde su primer cargo público: “Hagamos lo que la gente espera”. El celular resume su ideal de gobierno: cercano a la ciudadanía, que la escuche y sea sensible a sus problemas.