La peruana Analí Gómez, campeona mundial y continental de surf, y la panameña Samantha Alonso se han convertido en nómadas de las playas solo con el objetivo de buscar olas perfectas para deslizar sus tablas y encaminarse hacia el sueño de formar parte del primer grupo de surfistas que competirá en unos Juegos Olímpicos, los de Tokio.

Esa desenfrenada búsqueda trajo a este intrépido dúo hasta un paraíso en la tierra, situado en Mariato, en la provincia de Veraguas, a unos 350 kilómetros de la capital panameña y lejos de toda distracción posible.

Su nuevo parque acuático, luego de su andar por la costa panameña, es playa Morrillo, un paraíso «solo para surfistas«, tal como reza un cartel a la entrada de esta playa situada en el litoral Pacífico panameño.

Para llegar a Morrillo, estas dos chicas tuvieron que sortear kilómetros de una carretera asfaltada llena de huecos y de otra tierra vuelta un lodazal por las lluvias asociadas al huracán Eta que atravesó Centroamérica.

Un banco de arenas doradas en Morrillo, frescas al tacto por la lluvia nocturna, sol fuerte, brisa y uno que otro cangrejo intentando escapar de las pisadas humanas y sus potentes olas dan la bienvenida a las surfistas.

El rugir del mar no impresiona a Gómez, con más de 20 años domando olas. Mira la playa, le pone parafina a su tabla, sonríe, y toma carrera a una nueva jornada en su elemento favorito.

Su determinación entusiasma a Alonso, 12 veces campeona nacional de Panamá, que le sigue el paso a su entrenadora rumbo a las aguas verdes y espumosas de Morrillo.

EL ENTRENAMIENTO

En el agua se olvida de todo lo que pasa en la costa y las próximas tres horas y media son una mezcla de paciencia y arrojo.

La paciencia es uno de los ingredientes principales, relató Gómez, porque «no todas las olas se pueden correr», hay que esperar y «saber atacarlas», siendo esto último otra parte importante del entrenamiento diario.

En su caminar hacia al agua la campeona peruana espetó que «al mar no hay que tenerle miedo», ante la advertencia de sus compañeras por lo agitado que se veía esa mañana.

Ya en el agua, Gómez y Alonso aguardan por la ola perfecta, esa que le exigirá al máximo y que le ayudará a saber cómo andan esos niveles de preparación de cara a futuras pruebas.

Luego de 15 minutos llegó la primera, desde afuera se ve que se levanta imponente, y le tocó a Gómez, quien maniobró al nivel de una campeona del mundo. Luego de algunos movimientos la dejó seguir su camino hacia la orilla, donde acabó en espuma blanca.

Esa primera ola fue una alegría para la peruana. Su nivel subió en cada una de las sucesivas que montó, siempre aprovechando al máximo el trabajo, estirando su deslizamiento hasta el final y combinando dos o tres maniobras.

Cuenta Alonso que mientras esperan la ola y en el vaivén del agua, se da una breve reunión de trabajo porque «se habla de todo», desde las olas, el paisaje y hasta de las competencias futuras.

Alonso centró su trabajo en el ataque con las olas, que en varias ocasiones rompían muy rápido lanzándola de su tabla, pero sin desanimarse regresaba a la posición a esperar la próxima.

El tiempo en Morillo transcurre lento. El trabajo se desarrolla ante la mirada de dos o tres surfistas que se acercan a preguntar quiénes están en el agua, y al saber que son las campeonas no aguantan y van por su tablas para acompañarlas.

Esa mañana, Morillo regaló varias olas de buen tamaño que las chicas pudieron montar para trabajar el ataque y no ser sorprendidas en competencia, aunque ambas coincidieron en que «hay momentos que esta playa es más grande y las da mejores».

TOKIO, LA CEREZA EN EL PASTEL PARA ANALÍ

Analí Gómez creció en un pueblo de pescadores y allí comenzó su amor por el mar y por el surf, al que se dedicó pese a un episodio traumático en el casi muere siendo apenas una jovencita de 14 años, como relató a Efe

«A los 14 años casi me ahogo. Crecí en un pueblo de pescadores, mi padre es pescador y mi madre, ama de casa. Entrenando quedé enredada en una red de pesca que no me dejaba salir» dijo Gómez con voz entrecortada.

En Perú, continuó, «hay pocas personas que surfean y uno sale al mar solo, es decir que no tenía a nadie conmigo en ese momento. Gracias a Dios que me mandó un angelito que me rescató, cuando ya había perdido, y me ayudó a salir», explicó.

Para esta surfista una de las deportistas más reconocidas de la especialidad en Perú en el siglo XXI, estar en Tokio «sería la cereza en el pastel» en su laureada carrera.

«Tokio … Si Dios quiere … sería lo ideal. Todos quieren entrar y ser los primeros para disfrutar de un momento histórico, y qué mejor aliciente que poderte colgar la medalla de oro olímpica», manifestó.

La panameña Alonso comentó que nació con una tabla de surf en un brazo y un balón de fútbol en el otro, lo que se entiende porque es del barrio de El Chorrillo, uno de los más violentos de la capital, situado frente al mar y donde el fútbol corre por las venas.

En una coincidencia, a los 14 años, tal como le pasó a su compañera peruana, Alonso vivió un evento trágico que por poco acaba con su vida deportiva.

«Recibí un balazo y eso me alejó del mar, no sabía si iba a volver a surfear, la bala entró por el abdomen y salió por la espalda, me dejó delicada, pero bueno, la mente siempre es más fuerte que el cuerpo, y aquí estoy dándole y en busca de un sueño de pequeña», señaló.

La Olimpíada es uno de los motores que mueven a la panameña, al punto de reconocer que el camino «no es fácil, pero tampoco imposible: «¡Tokio… allá vamos!» dijo con una sonrisa y mirando al mar.