Para quienes jamás hemos vivido en nuestras carnes la devastación de una guerra, la actual pandemia es lo más cercano a una destrucción similar no solo de las vidas humanas también de cientos de miles de empleos.

Gracias a este enemigo invisible, llevamos largos meses metidos en un círculo vicioso que gira alrededor del dilema de la bolsa o la vida, ha sido un año de mucho sufrimiento, no recuerdo otro similar en mis más de cuatro décadas de vida con tal dosis de drama y de dolor.

No volveremos a ser iguales, no al menos para quienes hemos deconstruido en nuestro interior el sentido profundo de una emergencia sanitaria que nos ha orillado a poner nuestro modo de vida totalmente de cabeza.

Además, hemos recordado lo que nos da sentido: ni todo el dinero, ni todo el poder, han evitado que gente pudiente muera afectada por el SARS-CoV-2 entre la duda existente en la comunidad científica de por qué el patógeno provoca tal devastación a unos organismos y a otros no… y eso nada tiene que ver con tener o no dinero; ni mejor constitución física o mejor alimentación y aunque afecta muchísimo más a personas mayores a los 65 años de edad hay gente joven y niños contagiados, ingresados en hospitales y algunos hasta han fallecido.

Para muchas personas, la familia se ha convertido en el refugio vital, ante la emergencia han reorganizado sus actividades en torno a su hogar convertido en una especie de búnker con múltiple acumulación de alimentos y el encierro de todos los miembros acaso como un síntoma de seguridad, de estar pertrechados frente a la amenaza del exterior.

Un virus incontrolable contra el que no pueden hacer nada ni los países más ricos, ni más desarrollados, ni más industrializados del planeta, de alguna forma esta calamidad nos ha puesto a todos en el mismo derrotero sin personas de primera ni de segunda o de tercera; al arbitrio de nuestra suerte y de la capacidad de respuesta inmunológica de nuestro organismo.

En medio del egoísmo, del miedo, del rechazo al contagio, la confusión, la sinrazón se ha abierto paso la solidaridad, la generosidad y la responsabilidad. Mi mayor reconocimiento a todo el personal sanitario de los hospitales públicos y privados que no han desmayado en ayudar a la gente enferma por hacer acopio de una fuerza interna y cumplir con pulcritud su juramento hipocrático. Para mí son los héroes en estas horas bajas.

Hay otros ángeles maravillosos y me refiero a las ONGs, asociaciones y fundaciones que han salido para darlo todo para ayudar a los millones de damnificados por la pandemia; en esta guerra contra el covid-19 las víctimas principales están en la clase media propietaria de un negocio.

La mayor parte de los gobiernos y sus políticos se han visto incapaces para dar una respuesta fehaciente ante la debacle y no en pocos casos la gente experimenta una especie de orfandad y vacío de las políticas públicas y los programas extraordinarios.

Hay muchas cosas por transformar y mejorar, y si esto fuera un magno terremoto, un tsunami, una serie de erupciones una especie de cataclismo derivado del medioambiente y el cambio climático; simplemente, estaríamos a nuestra suerte.

Si no logramos pensar como colectividad seguiremos siempre a nuestra suerte; hay ciertas amenazas que ignoran las distinciones entre las clases sociales y nos subsumen a nuestra naturaleza primigenia: seres vivos.

Seres vivos frágiles, si bien inteligentes y creativos, somos vulnerables. En esta atípica Navidad, con familiares lejos, con amigos que no han podido abrazarse, con hijos que por precaución no se han reunido con sus padres por temor a que los nietos sean un foco de contagio; cuando el cuerpo descansa y la mente rememora los días y los meses del último año que se agota, entonces habrá que echar cuentas de todo aquello que hay que modificar en nuestra persona y a nuestro alrededor.

A colación

Ya tendremos tiempo de digerir las decisiones que en 2021 se tomen para las campañas de vacunación, porque muy seguramente nos llevaremos algunas sorpresas no tan agradables; en Europa ya se habla de una especie de pasaporte sanitario o cartilla anticoronavirus para hospedarse en un hotel, asistir a un evento masivo, subirse a un avión o visitar a otro país.

La Junta de Andalucía en España lo ha deslizado recientemente y será una forma de obligarnos si o si a la inmunización y aquí cada uno habrá que tomar sus decisiones personales cuando estamos a días de que Reino Unido autorice la vacuna de AstraZeneca y la Universidad de Oxford.

En lo que todo llega, quizá debemos por honradez personal, por conciencia moral, conceder un minuto de silencio en nuestras casas y rodeados por los nuestros por todas aquellas personas cuya vida se llevó el coronavirus y que murieron solas. Esta ha sido una guerra muy dolorosa no es una anécdota más es un parteaguas.