Mark Zuckerberg es la cuarta fortuna del mundo con 97 mil 500 millones de dólares; nada menos es el empresario más joven (37 años de edad) en poseer un acaudalado patrimonio dentro del ranking de los diez mega millonarios.
La pandemia ni lo despeinó, al contrario, en medio del encierro y del confinamiento decretado en varias ciudades y países enteros, la fortuna de Zuckerberg creció en la medida que más gente recurrió a comunicarse con sus seres queridos y amigos vía las redes sociales; asimismo utilizadas para hacer home office y reuniones de trabajo virtuales.
Al estadounidense, egresado de la Universidad de Harvard, le sigue la polémica desde el momento mismo que inició Facebook en 2004, se dice que gracias a una red de comunicación interna universitaria de nombre ConnectU modelo imitado por él; de hecho, fue acusado por otros compañeros por “apropiarse de su idea” y violar los derechos de autor.
Su ascenso meteórico en las filas de los más ricos y poderosos ha venido acompañado de un rosario de controversias éticas, morales, políticas y con consecuencias sociales en las formas de comunicación e interacción entre las personas.
La utilización de sus redes sociales: Facebook, Facebook Messenger, WhatsApp e Instagram ha permitido que miles de millones de seres humanos se encuentren, se comuniquen entre sí, tengan una nueva forma de conocerse y hasta de formar relaciones de pareja; la ventaja de la inmediatez es algo que seduce a los potenciales usuarios.
Sin embargo, no son pocas las incidencias ni el caudal de críticas hacia su código ético, los filtros para la información manejada y compartida en dichas redes sociales convertidas en receptáculos de la incitación al odio, al terrorismo, a la rebelión así como canales plagados de desinformación, boots, ciberdelincuentes, violadores, pederastas y un nido de fake news.
Han habido lamentables casos de personas emitiendo en tiempo real sus suicidios y hazañas temerarias muchas veces con desenlace fatal; mientras que organizaciones de protección de la infancia insisten reiteradamente a Facebook e Instagram de los riesgos de encriptar su plataforma porque permitiría actuar con “mayor libertad” a los depredadores de menores.
En estos canales de comunicación cada vez se informa menos y se desinforma más, pero además subyace un hecho preocupante, una realidad latente que muchos de los usuarios de Facebook, Instagram y WhatsApp intuyen y de alguna forma aceptan tácitamente: que sus cuentas son leídas por otros y que su privacidad es vulnerada constantemente.
Zuckerberg esgrime insistentemente que no es así, empero las ganancias de sus empresas derivan de la publicidad en sus páginas, siempre impera la duda de cómo el joven magnate comercializa toda la base de datos de sus usuarios… hasta qué manos llega la preciada información, ¿la CIA?, ¿el FBI?, ¿el Pentágono? o bien, ¿la Casa Blanca?
A COLACIÓN
Desde luego está la censura y el metapoder. Hace unos días, Twitter decidió cerrar de forma permanente la cuenta de Donald Trump, tras lo que consideró una incitación a la violencia a través de su perfil @realDonaldTrump y como un hecho puntual ante los lamentables acontecimientos del asalto al Capitolio -el pasado 6 de enero- y que se saldó con cinco fallecidos; le secundaron Facebook, Instagram, Snapchat y YouToube con el cese del perfil.
Jack Dorsey, presidente de la compañía, admitió que esa drástica decisión sienta un “peligroso precedente” aunque esgrimió que no lo celebra ni se siente orgulloso si bien “era la decisión correcta”.
Tras la polémica medida, las acciones de Twitter llegaron a caer un 6.4% en Wall Street al tiempo que crecía el disgusto sobre todo entre diversos líderes políticos que no necesariamente comulgan con Trump pero si con la libertad de expresión.
Desde la UE, la canciller germana, Angela Merkel dijo que veía “problemática” esta censura a Trump; a su vez, Steffen Seibert, portavoz del gobierno alemán, declaró que tanto Merkel como otros miembros de su gabinete consideran que lo aceptable sería que “el Estado o el Parlamento” establezcan un marco para regular el uso de las redes sociales y desde la óptica de que solo los legisladores deben y pueden “restringir” derechos como la libertad de expresión.
Me parece que si se está incitando a la violencia debería cerrarse la cuenta, aunque otra cosa es censurar la información y tendría que haber una política a nivel global que pusiera freno a dichas actuaciones, así como a la capacidad para manipular la información y usar los datos. ¿Quién tiene el poder?