Joseph Biden, presidente de Estados Unidos, hace toda una declaración de intenciones en el anuncio de su primera gira en Europa y que él mismo ha editorializado en un artículo publicado en el Washington Post asumiéndose como adalid supremo de la democracia universal.
Estados Unidos está de vuelta: si Donald Trump durante su mandato hizo añicos la relación con la Unión Europea (UE), ninguneó a la OTAN y despreció al multilateralismo toca al demócrata Biden unir, pieza por pieza, todo el intrincado puzzle para recomponerlo.
La dinámica de la aldea global se ha visto claramente alterada desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, ya diez años antes todos los servicios de inteligencia, el Pentágono y varios think tank posicionaban a China como el mayor desafío para la supremacía norteamericana.
Sin la Guerra Fría heredada tras el final de la Segunda Guerra Mundial entre la Unión Americana y la extinta URSS, los escollos en los renglones de seguridad, defensa y geoestrategia quedaban circunscritos a la añeja rivalidad de Estados Unidos con varias naciones árabes gobernadas por sátrapas y en las que confluían, sobre todo, grandes intereses energéticos.
Desde 1970, la crisis del petróleo provocada por los países árabes principales productores y exportadores del hidrocarburo en represalia al apoyo de Estados Unidos a Israel, trajo consigo en la década posterior una crisis de inflación y deuda que afectaría a Estados Unidos, Reino Unido y otras economías.
Desde entonces, Irán, Irak, Libia, figuraban como enemigos número uno de Washington, prácticamente la Casa Blanca ha demorado poco más de cuarenta años en modificar la faz de Medio Oriente; y va camino de 2022 con su enemistad con Irán y Corea del Norte.
Sin embargo, son China y Rusia, su mayor preocupación porque todos los análisis sitúan a la economía china como la más importante a partir de 2030 una nación que rompe con todos los estereotipos enarbolados por Washington: libertad económica, libertad política y democracia.
Si bien, ambos países tienen una economía de mercado, son constantemente señalados por no respetar los derechos humanos, ni la libertad de expresión, ni la libertad política. Biden los acusa de “no compartir los mismos valores que las economías democráticas” mantienen con Estados Unidos.
En China, su presidente Xi Jinping, elevó a rango constitucional (18 de octubre de 2017) que el “socialismo con características chinas entra en una nueva era” en la que habrá que convertir al país en una “potencia socialista moderna”.
Jinping gobierna desde 2012 y no disimula su intención de perpetuarse en el poder alabado además –por sus correligionarios en el Partido Comunista Chino– como un visionario de la talla de Mao Zedong pero en el siglo 21.
Además de la polémica por el origen del SARS-CoV-2, entre la incredulidad de Occidente por la versión de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de un animal que contagió a un ser humano y de allí saltó a una cadena mundial; muy recientemente, el gobierno de Jinping anunció que, en su nueva política de familia, las parejas podrán tener hasta tres hijos algo sorprendente tras largos años de la política del hijo único (desde 2016 se permitió el segundo) que alienta a reforzar la natalidad.
A COLACIÓN
China mira hacia el horizonte y mientras la envejecida Europa tiene natalidades cero en diversos países, el gigante asiático vuelve a apostar por la baza demográfica como si no le bastase con mil 339 millones de personas.
Rusia que no alcanza el potencial económico de su amigo chino, ni demográfico (144 millones de habitantes) tiene poder militar y conoce de las estratagemas de la geopolítica; además es una nación en la que hay constantes denuncias de persecuciones a los líderes opositores al mandatario Vladimir Putin que gobierna desde 2000 (solo en 2008 gobernó Medvedev por cuatro años) y ya reformó la Constitución –en plena pandemia en julio de 2020– para quedarse en el gobierno todo el tiempo que él quiera, ampliando los mandatos, a seis años y podrá seguir al frente hasta 2036.
Es decir que, peligrosamente, las autocracias gobiernan a una buena cantidad de la población mundial y van extendiéndose como ha sucedido en Myanmar, otros han aprovechado la pandemia para imponer nuevas normas a su población como en Corea del Norte que ha decretado hace unos días una nueva ley que prohíbe llevar pantalones de mezclilla ajustados, cortes de pelo que “no sean socialistas” o inclusive camisetas de marca de otros países… nada que reivindique el capitalismo.
Otros países como Bielorrusa, el presidente Aleksander Lukashenko, emula los pasos antidemocráticos de Putin amañando las elecciones para continuar al frente del destino político de la nación. La autocracia es un enorme peligro real…