De unos mil 745 metros de longitud y casi terminado, el viaducto se erigió sobre un humedal, zona fangosa que funciona como regulador de la temperatura de la ciudad y depósito del agua de lluvia, lo que previene la inundaciones.

Cientos de árboles han sido talados en esta reserva que alberga especies endémicas como el ajolote -anfibio parecido a una salamandra- y varias aves locales.

Los habitantes de Xochimilco y expertos temen que el puente sea solo un primer paso para una urbanización acelerada de la zona, considerada Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 1987.

«Vamos a seguir en la lucha (…) por el temor que tenemos que luego se siga queriendo urbanizar, que los lagos que están acá al rato estén queriéndolos rellenar para hacer una plaza comercial», señala a la AFP María, cuya voz se pierde entre el ruido de las máquinas y el tráfico de la capital, de 9,2 millones de habitantes.

Xochimilco, con sus canales y chinampas (islotes artificiales donde se cultivan alimentos y flores desde tiempos prehispánicos), está en riesgo desde hace varios años por el acelerado crecimiento de la mancha urbana.

De hecho, la reserva ya había quedado dividida por una autopista que circunvala la metrópoli y el vecino Estado de México.

La última gran amenaza es esta mole de hierro y hormigón, que tuvo un costo de casi 680 millones de pesos (unos 40 millones de dólares), opina la Coordinación de Pueblos Originarios.

Para frenar la obra, el grupo interpuso varios amparos judiciales y realizó manifestaciones en dependencias del gobierno. Incluso, llegó a bloquear la construcción, que avanzó en medio de la pandemia de la Covid-19.