Osama Bin Laden tuvo un último día de «vida normal» el 10 de septiembre de 2001. Sabiendo que lo que harían sus hombres al día siguiente tendría repercusiones gigantescas en la historia de la civilización occidental, tenía que despedirse.
Con dificultad volvería a ver la luz del sol con tranquilidad; él estaba consciente de la pesada losa de una barbarie casi bíblica que llevaría sobre sus espaldas el resto de su vida: más de 3 mil vidas de inocentes.
¿De quién se despediría sobre todas las demás personas a quienes conoció?
De su madre, Alia Ghanem, una persona muy cercana y presente en la vida del alguna vez joven saudí.
Al día siguiente, Alia comprendió que había perdido un hijo y Occidente había ganado a un cruel y despiadado enemigo.