El Nobel de Medicina distinguió a los estadounidenses David Julius y Ardem Patapoutian por descubrir los receptores de la temperatura y el tacto, revelando cómo los estímulos se trasladan al sistema nervioso, lo que ha permitido desarrollar tratamientos contra el dolor agudo y crónico.
Julius identificó un sensor en las terminaciones nerviosas de la piel que responde al calor y Patapouitian una nueva clase de sensores que reaccionan a estímulos mecánicos en la piel y en órganos internos, revelando «eslabones perdidos cruciales» en la comprensión de la relación entre los sentidos y el medio ambiente, señaló la Asamblea Nobel del Instituto Karolinska de Estocolmo.
El fallo resalta que los hallazgos «pioneros» de los dos científicos han ayudado a comprender «cómo el calor, el frío y los estímulos mecánicos pueden poner en marcha los impulsos nerviosos que nos permiten percibir y adaptarnos al mundo que nos rodea».
«Este descubrimiento revela uno de los secretos de la naturaleza», indicó en la rueda de prensa en que se hizo el anuncio el secretario del Comité Nobel, Thomas Perlmann, quien agregó que se trata de un mecanismo «crucial para nuestra supervivencia». Es un descubrimiento «muy importante y profundo».
El presidente del Comité Nobel de Medicina, Niels Borth, destacó, que hay muchas dolencias en la que está presente el dolor y que los receptores identificados por los premiados «serán una diana para el desarrollo de fármacos en el futuro».
Los mecanismos que están detrás de los sentidos han sido durante siglos objeto de especulación, explica el Instituto Karolinska, que resalta cómo ya en el siglo XVII el filósofo francés René Descartes imaginó hilos que conectaban diferentes partes de la piel con el cerebro.
Los estadounidenses Joseph Erlanger y Herbert Gasser recibieron el Nobel de Medicina en 1944 por descubrir varios tipos de fibras nerviosas que reaccionan a distintos estímulos, y más tarde se demostró que las células nerviosas están especializadas en detectar y transformar distintas clases de estímulos.
Pero faltaba por resolver una cuestión fundamental: cómo esos estímulos se convertían en impulsos eléctricos en el sistema nervioso.
La investigación
A finales de la década de 1990, Julius y su equipo de investigadores en la Universidad de California se dedicaron a estudiar cómo la capsaicina, alcaloide responsable del sabor característico de la guindilla chile, provocaba la sensación de quemazón en la boca al masticar ese fruto.
Tras crear una biblioteca con millones de fragmentos de ADN correspondientes a genes expresados en neuronas sensoriales que pueden reaccionar al dolor, calor y tacto, acabaron identificando uno que podía hacer que las células fueran sensibles al calor, bautizado como TRPV1.
Ese descubrimiento abrió el camino para encontrar otros receptores sensibles a las temperaturas, como el TRPM8, activado por el frío e identificado de forma separada por los galardonados con el Nobel de este año.
Revelados los mecanismos para la sensación de temperatura, faltaba conocer cómo otros estímulos eran convertidos en nuestros sentidos de tacto y tensión, de lo que se encargaría Ardem Patapoutian, estadounidense de origen libanés que trabajaba en el instituto Scripps Research, también de California.
Patapoutian encontró primero una línea de células que desprendía una señal eléctrica medible en la que cada célula era recogida con una micropipeta, y acabó identificando el gen responsable de la fuerza mecánica del estiramiento, de la percepción de la presión en la piel y los vasos sanguíneos.
Y bautizó ese gen y otro similar encontrado más tarde con la palabra griega para presión: piezo.
Estudios posteriores revelaron que el receptor Piezo2 es esencial para la sensación del tacto y juega un papel determinante en la sensación de posición y movimiento corporales.
«Nos ayudan a distinguir entre una suave brisa y el pinchazo de un cactus, y también nos indican cuándo nos ha subido la presión sanguínea o cuándo tenemos la vejiga llena», dijo hace dos semanas Patapoutian, cuando recibió con su colega Julius el Premio Fronteras del Conocimiento que concede cada año la Fundación BBVA.
La Fundación BBVA distinguió a principios de año a ambos investigadores con ese galardón, en la categoría de Biología y Biomedicina, por el mismo descubrimiento que ahora les ha valido el Nobel.
David Julius (Nueva York, 1955) se doctoró en 1984 por la californiana Universidad de Berkeley y amplió estudios en la de Columbia antes de ser reclutado por la de California, donde ejerce desde 1989.
Ardem Patapoutian (Beirut, 1967) se trasladó en su juventud a Estados Unidos huyendo de la guerra en su país, en 1996 se doctoró en el Instituto Tecnológico de California y desde 2000 trabaja en el Scripps Research.
Julius y Patapoutian suceden en el palmarés del Nobel de Medicina a los estadounidenses Harvey J. Alter y Charles M. Rice y el británico Michael Houghton, galardonados el año pasado por descubrir el virus de la hepatitis C.
Ambos compartirán los 10 millones de coronas suecas (980.000 euros, 1,1 millones de dólares), con que están dotados los premios este año.
La ronda de ganadores de los Nobel continuará mañana con el de Física y en los días siguientes con los de Química, Literatura, de la Paz y Economía, por ese orden.