Hace unos días, tres misiles rusos cayeron en Babi Yar, un lugar sagrado para los ucranianos que rememoran la masacre de más de 30 mil judíos perpetrada por los nazis en dos días de fusilamientos masivos.

Uno de esos misiles destruyó la antena de televisión dejando varios muertos entre soldados y civiles. Uno de los fallecidos es el camarógrafo, Yevhenii Sakun.

Sakun durante varios años trabajó para la Agencia EFE y justo él se encontraba en el área del bombardeo para destruir la televisión de la capital que dejó 5 militares fallecidos y 5 civiles. Los kievitas se han quedado sin la televisión local.

Hay una extrema situación de riesgo para los periodistas ucranianos y para muchos corresponsales de guerra que allí se encuentran valientemente narrando al mundo el horror devastador de un desastre. Y lo hacen, además con la honradez, de dejar que sea la guerra la protagonista sin montarse ningún escenario manipulador.

Mi colega Olena Kurenkova, a quien conocí el año pasado en Ginebra, en el summit entre el presidente Joe Biden y el dictador ruso, Vladimir Putin, vive en Kiev y se ha visto forzada a mudarse con su familia a Irpin a 40 kilómetros de la capital. Hace unas horas sufrió un bombardeo que destruyó varias viviendas dejando heridos civiles.

Yo estoy en constante contacto con ella, le he ofrecido acogerla en mi vivienda y ver cómo puedo ayudar en esta guerra intestina planeada de forma fría y calculadora por el sátrapa del Kremlin.

Kurenkova seguirá en Irpin viviendo dentro del horror en su patria, en su tierra, soportando todo el dolor que desata la devastación y la incertidumbre a la que te sume.

Pero también hay condiciones cada vez más difíciles para hacer periodismo en Rusia. Putin ha extendido todos sus tentáculos para minar la oposición y para acallar a las voces críticas y controlar los medios de comunicación. A lo largo de su régimen no solo se ha envenenado a gente incómoda para él sino que, también han sido asesinados periodistas valientes recuérdese a Anna Stepánovna Politkóvskaya.

Putin esgrime que en Ucrania están llevando una serie de operaciones especiales para desnazificar y desmilitarizar a dicha nación soberana y quiere que su relato no sea cuestionado y que en los medios de comunicación rusos –estatales, privados y extranjeros que allí operan– no se mencione la palabra guerra para referirse a la actual situación.

Hace unos días, el Club Internacional de Prensa en España, al que pertenezco en su junta directiva emitió una carta de condena para exigir el alto al fuego en Ucrania y que sean protegidos los derechos de los colegas en esa nación y también en Rusia.

El Club Internacional de Prensa en España muestra su rechazo total y condena la agresión militar, se solidariza con el pueblo de Ucrania y con los periodistas ucranianos que ahora se encuentran en el frente de una guerra europea a gran escala.

“Expresamos nuestra indignación por la invasión de un territorio soberano e independiente con inaceptables consecuencias de dolor y devastación de vidas humanas y daños materiales”, asevera en una misiva publicada.

Y también se condena la violencia física, los ataques cibernéticos, la desinformación y todas las demás armas empleadas por el agresor contra los ciudadanos, las instituciones, empresas y todo tipo de organizaciones como la prensa ucraniana libre y democrática.

A COLACIÓN

Nuestra solidaridad igualmente con nuestros colegas en Rusia, perseguidos y amordazados por el régimen de Putin, con prohibiciones emitidas por el Kremlin para condicionar la narrativa de esta atroz invasión a Ucrania de los medios de comunicación estatales y los independientes.

El pasado 26 de febrero, el regulador de los medios de comunicación en Rusia, la agencia Roskomnadzor ordenó a los medios de comunicación rusos que supriman las palabras «invasión», «guerra», «ofensiva», «declaración de guerra» al abordar la situación actual de Ucrania y, tampoco, pueden hacer alusión a civiles asesinados.

La construcción de un relato oficial y oficialista desde el Kremlin para maniatar la libertad de expresión y distorsionar los hechos históricos condicionando a los medios de comunicación desde las más altas esferas del poder, constituye un lamentable e inaceptable retroceso en un país bastante cuestionado por la falta de respeto las libertades civiles, políticas y de expresión.