No sé si las actuales generaciones, o al menos la mía, lograremos ver economías desfosilizadas, y llevaremos en hombros un ataúd con el petróleo dentro. Parece una quimera.
El petróleo que ha generado progreso, avances tecnológicos y, por supuesto, guerras, crisis económicas y muchos desequilibrios cuando se rompe la balanza entre la oferta y la demanda. También en parte es culpable del cambio climático.
La batalla emprendida por las economías más industrializadas para reducir su dependencia hacia las energías fósiles y no renovables lleva diversos calendarios: la descarbonización está muy presente como objetivo primordial con planes de cero emisiones ya sea en 2030 o bien después de 2050.
Si el cambio climático es un generador de polémicas –unos lo niegan y reniegan de él y otros, lo llevan al paroxismo de una nueva extinción– las estrategias a su alrededor son igualmente cuestionables: unos muestran unidad y a otros les importa un pepino.
El objetivo marcado sobre todo para los países que han decidido sumar esfuerzos es evitar la subida de las temperaturas por encima de los 1.5 grados centígrados. Un objetivo inicialmente planteado con sus plazos de mediano y largo plazo hasta que llegó la pandemia del SARS-CoV-2 y metió el miedo en el cuerpo por enfrentar un gran desastre ambiental con consecuencias masivas en los seres humanos.
Entonces, los gobiernos empezaron a tomarse más en serio avanzar en las energías limpias y renovables; luego irrumpió la invasión de Rusia a Ucrania y la dependencia energética de Europa al petróleo y el gas ruso ha hecho saltar todo por los aires.
Sobre todo evidenciando el largo camino que deberá recorrerse todavía para voltear la pirámide de consumo energética, hoy por hoy, la base sigue siendo el petróleo y en la punta, los nimios avances en energías renovables. El escenario soñado –y deseado– es una base gruesa con energías renovables y una punta con fósiles.
Pero si falta el petróleo o el gas porque hay un conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, el carbón vuelve a ser la materia prima refugio, a pesar de los pesares y de todos los compromisos medioambientales suscritos.
El Ministerio de Economía de Alemania confirmó la vuelta a las centrales de carbón porque si no hay gas, habrá carbón; el último recurso energético vuelve a convertirse en esencial, a pesar del cambio climático, a pesar de los compromisos medioambientales y a pesar de los acuerdos comunitarios de cara a 2030. La realidad es que la gente tiene que comer y que calentarse y las empresas que producir.
Alemania es el ejemplo de una economía industrializada importantísima que ha tomado pésimas decisiones en su gestión energética de cara al futuro: primero, cerró sus centrales nucleares durante la Era de Angela Merkel –después del desastre de Fukushima– y segundo, se entregó energéticamente hablando a Rusia con el Nord Stream.
El último reclamo del presidente ucranio, Volodímir Zelenski, exigiendo que el gobierno germano cortase sus importaciones de gas ruso llevó en su momento a negarle la entrada a Frank-Walter Steinmeier, presidente de Alemania.
Al final esa presión ha dado sus frutos porque en un mes, Alemania redujo su dependencia primero del petróleo ruso del 35% al 12% y la del gas ha pasado del 55% al 35 por ciento. Sin embargo, la energía generada mediante el carbón ha pasado del 8% al 50%, según datos del Ministerio de Economía germano.
A COLACIÓN
Alemania no es el primero en reconocer que usará carbón transitoriamente hasta que logre reequilibrar su cesta energética (el plazo de tiempo ni se menciona). También Países Bajos y Austria se sumarán a la mayor utilización del carbón so pena del cambio climático y de sus compromisos verdes con la Unión Europea (UE).
De seguir escalando tanto los precios del petróleo, como del gas, no se descarta que otras economías secunden la vuelta al carbón lo que significaría dar al traste con años de trabajo y de compromisos para lograr el objetivo de descarbonizar al planeta… o al menos a los países mayores emisores de partículas nocivas que recrudecen el cambio climático.
La invasión y sus estragos están provocando transformaciones tanto coyunturales como estructurales en muchas áreas. El mercado energético sufrirá un cambio estructural con la energía nuclear jugando un papel relevante y esperemos que el retorno del carbón sea solo coyuntural.
Por lo pronto, China está construyendo 150 nuevas plantas nucleares de aquí a 2035 y Estados Unidos también apuesta por la energía nuclear con un anuncio espectacular: para 2050 habrá construido 300 reactores. Ambos gigantes tienen en mente velar por su independencia energética.
@claudialunapale