Sobre su silla de ruedas, Iraly interpreta con destreza una danza contemporánea junto a Antonella, que completa la coreografía erguida sobre sus propias piernas, en una simbiosis artística que busca dejar huella en Venezuela, donde ambas forman parte de un grupo de baile de personas con discapacidad o, como ellas prefieren llamarlo, de habilidades mixtas.
Bajo el nombre de Ubuntu, este elenco estable del teatro caraqueño Teresa Carreño reúne a bailarines con distintas habilidades y limitaciones físicas, pero, ya en el escenario, desdibujan esas diferencias y se fusionan al ritmo de la música, con tanto histrionismo como pericia.
La agrupación, creada en 2018, busca llegar a más venezolanos, una ambición doble, pues pretenden sumar espectadores en las funciones que presentan dentro y fuera del teatro, así como reclutar nuevos bailarines con su taller montaje anual, abierto para personas con condiciones o sin ellas, decididos a explorar esta forma de hacer arte con inclusión.
VENCIENDO LA DISCRIMINACIÓN
Quienes, como Iraly Yánez, viven con una discapacidad, enfrentan numerosos obstáculos debido a la falta de una infraestructura que les permita movilizarse, por lo que el solo hecho de salir de casa es un desafío: sin rampas, transporte adaptado, o espacios para el tránsito de personas con limitaciones de cualquier tipo.
Pero la bailarina de 38 años no se amilana. Varias veces por semana recorre unos 40 kilómetros para llegar al salón de ensayos o a alguna presentación, pues, si alguien la tomara de ejemplo, quiere «que las personas se den cuenta de que hay una vida y de que hay mucho por hacer».
«No es la persona con la condición lo que está siendo discapacitante, lo que te está resaltando tu limitación es la infraestructura», dice Yánez, que se mueve en una silla de ruedas desde 2012, cuando sufrió un accidente que la mantuvo fuera de los escenarios durante un lustro.
Sin embargo, su madera de bailarina, ensayada desde temprana edad, terminó llevándola de vuelta a la danza en 2018, cuando entró como miembro fundadora a Ubuntu y vio que «todo no era tan terrorífico como creía».
COMPARTIENDO EL ARTE
Antonella Mijares comenzó su ciclo en Ubuntu en 2021, cuando conoció la agrupación a través de un documental que la atrapó, al punto de considerarse «la fan número uno». Esa admiración la plasmó como espectadora, en una función en la que rió y lloró sin dejar de aplaudir, hasta que en 2022 fue invitada a preparar una obra para el elenco.
La intérprete de 32 años ha expresado su conexión con el arte en infinidad de ocasiones, pero, reconoce, su llegada a Ubuntu le ha permitido conocer otras formas «sabrosas» de adentrarse en la danza, mientras que su lado justiciero se ha repotenciado, al darse cuenta de la discriminación que sufren sus compañeros de baile en la cotidianeidad.
«Esa persona te echa el cuento de que (…) de repente se quedó trancada la puerta del edificio y nadie le abría, de que no podía bajar el murito de la acera y nadie pasaba por ahí o la gente se iba por el otro lado para no ayudar», relata.
Ella e Iraly presentaron recientemente una obra llamada sororidad, en la que ambas se sostienen y se apoyan mientras dibujan formas con sus cuerpos sobre un suelo lleno de rosas y espinas.
De la experiencia, remarca que, «más allá del elemento de la silla de rueda, de la discapacidad, ella (Iraly) como artista, ser humano, bailarina, creadora (…) también se permite absorber del otro acompañante».
ENSEÑANDO LA INCLUSIÓN
Como el maestro con su batuta, el coreógrafo Alexander Madriz dirige este proyecto que fundó en 2018, tras 20 años ligado a la danza de habilidades mixtas, un campo al que llegó dando piruetas en su juventud para hacer una suplencia de un solo día en una función de un grupo de baile en el que participaban personas con discapacidad.
Ese «único día» ha durado más de 30 años de carrera, tiempo en el que entendió y puso en práctica que en un salón de ensayos se aprovecha el talento de cada uno «para desarrollarlo durante los procesos creativos», teniendo presente que es necesario «impulsar» a los bailarines y «ceder» ante sus limitaciones.
Madriz, que lamenta que en «Venezuela no hay los espacios adecuados» para grupos como el suyo, está convencido de que es «importante crear conciencia (…) para que todas estas agrupaciones puedan funcionar», como un primer paso hacia el objetivo de que todos los ciudadanos puedan «tener las mismas oportunidades».
«Creo que estamos dejando este granito de construir estos espacios para futuras generaciones», principalmente con espectáculos en los que «las sillas de ruedas y las muletas o los bastones desaparecen de la escena» para resaltar a los artistas, concluye.