La ropa empezó siendo una necesidad para protegerse del clima, pero se transformó con la aparición de las primeras agujas con ojo, una innovación tecnológica del Palelolítico usada para adornar los atuendos con fines sociales, culturales y como expresión de identidad.

Esa es la teoría que sostiene un grupo de científicos encabezados por Ian Gilligan de la Universidad de Sidney en un estudio que publica Science Advances.

«Las herramientas de aguja con ojo son un avance importante en la prehistoria porque documentan una transición en la función de la ropa, que pasó de tener fines utilitarios a sociales», según Gilligan.

Las primeras agujas con ojo conocidas aparecieron en el Paleolítico, hace unos 40.000 años en Siberia, y son más difíciles de fabricar que los punzones de hueso, que bastaban para confeccionar prendas ajustadas.

«Sabemos que la ropa hasta el último ciclo glaciar solo se utilizaba de forma puntual. Las herramientas clásicas que asociamos con ello son los raspadores de piel o de piedra, y las encontramos apareciendo y desapareciendo durante las distintas fases de las últimas glaciaciones», explicó Gilligan.

La invención de las agujas con ojo, que facilitan la costura con tendones o hilos, puede reflejar la producción de prendas más complejas, en capas y con adornos como cuentas y otros pequeños elementos decorativos.

Así, la llegada de las agujas marcó el gran cambio de la ropa como protección para convertirse en una expresión de identidad, defienden los autores, que reinterpretan las pruebas de recientes descubrimientos sobre el desarrollo de la indumentaria.

La ropa se convirtió en un elemento decorativo porque los métodos tradicionales de decoración corporal, como la pintura con ocre o la escarificación deliberada, no eran posibles durante la última parte de la última glaciación en las zonas más frías de Eurasia, ya que la gente necesitaba llevar ropa todo el tiempo para sobrevivir.

Así pues, la ropa evolucionó para cumplir no solo una necesidad práctica de protección y comodidad frente a los elementos externos, sino también una función social y estética de identidad individual y cultural.

El uso regular de prendas de vestir permitió la formación de sociedades más grandes y complejas, ya que las personas podían trasladarse a climas más fríos y, al mismo tiempo, cooperar con su tribu o comunidad basándose en estilos y símbolos de vestimenta compartidos.

Las habilidades asociadas a la producción de ropa contribuyeron a un estilo de vida más sostenible y mejoraron la supervivencia y prosperidad a largo plazo de las comunidades humanas, según los autores.

Cubrir el cuerpo humano independientemente del clima es una práctica social que ha perdurado y Gilligan quiere estudiar ahora las funciones y efectos psicológicos de llevar ropa.

«Damos por sentado que nos sentimos cómodos llevando ropa e incómodos si no la llevamos en público. Pero, ¿cómo influye llevar ropa en la forma en que nos vemos a nosotros mismos, en la forma en que nos vemos como humanos y quizá en la forma en que vemos el entorno que nos rodea?», se preguntó. EFE