El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) anunció el 26 de junio el descubrimiento de un nuevo sitio arqueológico en Tecacahuaco, ubicado en el estado de Hidalgo.

Este hallazgo ocurrió gracias al reporte de un vecino del barrio de Tlamaya, quien planeaba expandir su potrero. Tras investigaciones locales, se identificaron vestigios que confirmaron la existencia de este sitio patrimonial. En abril de 2024, los habitantes descubrieron los restos de un basamento circular que albergaba una serpiente venadillo, liberando así un edificio prehispánico.

Durante la más reciente inspección del INAH, su director, Osvaldo José Sterpone, documentó una estructura de 3.5 metros de altura y otros vestigios arquitectónicos cercanos, incluyendo un juego de pelota cubierto por vegetación, con una longitud de aproximadamente 18 metros.

Sterpone explicó que estas investigaciones son las primeras del INAH en Tecacahuaco, un poblado en la Huasteca hidalguense cuyo nombre náhuatl significa «lugar de piedra hueca». Se están utilizando técnicas como la fotogrametría para documentar las características de los edificios, con el fin de registrarlos oficialmente en la Dirección de Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicos e Históricos.

El edificio prehispánico exhibe una escalinata bien preservada, flanqueada por dos alfardas y un paramento en forma de «V», con rastros de aplanado de barro, indicativos de que formaba parte de una estructura mayor con una base de 15 metros de diámetro.

Aunque la temporalidad exacta del sitio no es clara, los fragmentos de obsidiana encontrados sugieren una ocupación durante el periodo Posclásico (900-1521 d.C.), vinculándolo posiblemente al señorío de Metzititlán, dominante en la región en esa época.

Además, las investigaciones locales han revelado historias sobre prácticas culturales antiguas en el área, como la destrucción de ídolos por un sacerdote hace varios años y rituales de curación realizados por curanderos hasta hace décadas en lo que antes era un lomerío. Estos rituales incluían ofrendas de aguardiente, pan o zacahuil (un tamal grande tradicional de la Huasteca hidalguense), reflejando una mezcla de prácticas católicas y precolombinas en sitios sagrados.