Era cuestión de tiempo. La ficción que alguna vez consideramos aterradora y remota ahora toca nuestra puerta disfrazada de conveniencia tecnológica. Black Mirror, esa antología oscura y provocativa de Charlie Brooker, nos sirvió un espejo retorcido de nuestra relación con la tecnología. Hoy, mientras avanzamos en este siglo digital, la pregunta deja de ser «¿podría pasar?» y se transforma en un escalofriante «¿ya está pasando?».
En China, por ejemplo, el sistema de crédito social ya puntúa a los ciudadanos según su comportamiento, como en Nosedive. Las calificaciones no solo determinan si puedes alquilar un coche o un apartamento, sino también si puedes abordar un avión. Paralelamente, nuestras propias redes sociales dictan quiénes somos ante los demás, un espectáculo de «me gusta» y filtros que diseñan nuestra versión idealizada para los otros.
En el horizonte de la neurociencia, The Entire History of You parece menos ciencia ficción y más ciencia anticipada. Aunque aún no podemos rebobinar recuerdos con un implante ocular, proyectos como Neuralink de Elon Musk buscan leer pensamientos y conectar cerebros a máquinas. ¿Qué pasará cuando lo logren? ¿Qué precio pagaremos por revivir un instante perfecto o borrar uno doloroso?
Drones zumban en el cielo, como en Hated in the Nation. En los laboratorios, las robobees intentan reemplazar a las abejas que desaparecen. La automatización avanza con rapidez, convirtiendo la imaginación en realidad. Y no olvidemos los deepfakes, esas máscaras digitales que podrían dar vida al Waldo de The Waldo Moment, transformando la política en un circo de bytes.
Mientras tanto, en nuestras pantallas, la muerte no parece ser el final. En Be Right Back, un clon virtual sustituye a un ser amado. Hoy, herramientas como HereAfter AI ya permiten preservar voces y personalidades de quienes se han ido. La línea entre lo real y lo digital se desdibuja, creando consuelo… o perturbación.
Pero aún estamos en un umbral. No todo es distopía inevitable. Estas tecnologías, aunque potentes, todavía están bajo nuestro control. Cada avance es una invitación a reflexionar: ¿Cómo queremos vivir? ¿Hacia dónde queremos dirigir este futuro que ya se siente presente?
Quizá la lección más escalofriante de Black Mirror no sea el reflejo de lo que podemos llegar a ser, sino la certeza de que ya hemos cruzado algunas de sus puertas. El resto depende de nosotros. ¿Construiremos puentes hacia un futuro mejor o permitiremos que el espejo negro nos consuma?