Nacido el 3 de octubre de 1967 en Trois-Rivières, Quebec, Denis Villeneuve comenzó a trazar su camino en el cine con un pulso firme y un ojo inquieto. Sus primeras obras, Maelström y Polytechnique, ya contenían ese temblor que define su estilo, un intento de descifrar lo indescifrable sin ceder al drama fácil.
Fue con Incendies en 2010 cuando su nombre empezó a sentirse entre los grandes. Esta película no narra; interroga. En cada escena hay un cuidado casi cruel por los detalles, como si la cámara estuviera más interesada en las pausas que en las palabras. La historia de secretos familiares y conflictos heredados se despliega con una tensión que nunca se resuelve del todo, porque la vida, parece decirnos Villeneuve, rara vez cierra los círculos que abre.
Cuando llegó a Hollywood, no traicionó su estilo. Con Prisoners (2013) y Sicario (2015), se adentró en los márgenes de la sociedad, explorando lo que ocurre cuando la moral se estira hasta romperse. En Arrival (2016), el tiempo dejó de ser lineal para convertirse en un campo de juego, y con ello, Villeneuve nos invitó a pensar más allá de las palabras y los límites que nos imponemos.
En 2017, con Blade Runner 2049, tomó el reto de reimaginar un clásico y le otorgó su propio sello, un mundo donde lo humano y lo artificial se confunden en su búsqueda de sentido. Y luego vino Dune, una empresa titánica que, lejos de intimidarlo, le permitió desplegar todo su poderío visual y narrativo. Ambas partes de esta obra —la última estrenada en 2024— consolidaron a Villeneuve como un maestro del cine de escala y emoción, capaz de capturar la inmensidad de un proyecto comercial y convertirlo en una obra de autor cargada de profundidad al alcance de todo público.
Villeneuve no ofrece respuestas ni moralejas. Su cine es un laberinto donde cada esquina parece conducir a un nuevo misterio. En una era saturada de historias que intentan agradar y complacer para acaparar la mayor cantidad de bolsillos posibles, Denis Villeneuve construye preguntas y deja que se queden en el aire, como si supiera que la grandeza no está en resolver, sino en contemplar.