El avance acelerado de China en biotecnología no solo plantea retos en salud y economía, sino también una inquietante amenaza militar: el desarrollo de supersoldados mejorados mediante ingeniería genética.

A través de su estrategia de “Fusión Militar-Civil”, el Partido Comunista Chino (PCCh) promueve la integración de descubrimientos biotecnológicos con capacidades militares. Esta política permite destinar avances científicos directamente al fortalecimiento del poderío bélico del país, incluyendo proyectos para potenciar física y cognitivamente a sus soldados.

Lo que antes parecía ciencia ficción ahora es motivo de análisis serio entre expertos en seguridad internacional. Se especula que China ya experimenta con tecnologías como la edición genética CRISPR, inteligencia artificial aplicada al rendimiento humano y bioingeniería avanzada con fines estratégicos. El objetivo sería crear combatientes más resistentes, inteligentes y difíciles de neutralizar.

Empresas como WuXi AppTec, líderes en biofabricación, están vinculadas a esta red de innovación y mantienen lazos con cadenas de suministro en Estados Unidos, lo que genera una preocupante dependencia tecnológica. A largo plazo, esta situación podría dejar a Washington vulnerable frente a presiones diplomáticas o económicas si Beijing decide restringir el acceso a tratamientos o descubrimientos clave.

La Comisión Nacional de Seguridad en Biotecnología de EE. UU. ha alertado sobre esta amenaza emergente y urge al gobierno a invertir al menos 15.000 millones de dólares en los próximos cinco años, además de establecer una Oficina Nacional de Coordinación en biotecnología.

El temor no es solo perder competitividad, sino que China tome la delantera en una revolución biotecnológica con consecuencias militares impredecibles.