No todas las películas necesitan alzar la voz para ser escuchadas. Algunas, como The Assistant, toman el silencio, sufren en la quietud y susurran verdades incomodas con una tensión casi imperceptible y, sin embargo, logran un impacto más intenso que cualquier discurso directo. Lo que comienza como una jornada laboral común —cafés, correos, impresiones— se convierte en una radiografía del abuso institucionalizado, ese que violenta sin necesidad de golpes o palabras hostiles.

The Assistant: Una realidad dura sobre el mundo laboral

La cinta, dirigida por Kitty Green, es incómoda porque no ofrece alivio. No hay grandes catarsis, no hay redenciones, ni música que subraye las emociones. Solo una oficina gris, un día cualquiera y una joven asistente atrapada en la maquinaria silenciosa de un poder que no se cuestiona. Y quizá por eso funciona: porque parece real. Porque lo es.

Julia Garner interpreta a Jane, una recién graduada con aspiraciones en la industria del cine. Pero la película no nos habla de sus sueños, sino del precio que estos empiezan a cobrar. Ella no es víctima de un acto aislado, sino de un sistema completo que la somete desde que enciende la computadora hasta que se disculpa por cosas que no ha hecho. Cada mirada evitada, cada comentario evasivo, cada omisión por parte de sus compañeros, son gestos que configuran el retrato de un entorno hostil… sin necesidad de mostrar al agresor.

Y es que el jefe nunca aparece con rostro. Está al teléfono, tras puertas cerradas, o en voces ajenas que lo justifican. Pero no lo necesitamos ver: el monstruo no es él, es todo lo que lo rodea. El poder no está en el puño cerrado, sino en las puertas que nadie se atreve a abrir.

El peso de lo invisible

Lo que más duele de The Assistant no es lo que sucede, sino lo que no sucede. Nadie ayuda. Nadie escucha. La protagonista no llora. Y el espectador, como ella, queda paralizado. Porque estamos condicionados a esperar que la verdad triunfe, que alguien grite, que haya justicia. Pero aquí lo que hay es rutina, burocracia, y una maquinaria diseñada para triturar a cualquiera que se atreva a señalar lo evidente.

¿Es una película feminista? Sí, pero no en los términos habituales. No hay arengas ni pancartas. Hay silencio, incomodidad, y una protagonista que apenas puede sostener la mirada mientras redacta un correo con miedo. Ese es su acto de rebeldía. No denunciar, sino simplemente resistir. Existir.

The Assistant se ubica en un contexto post-Weinstein, pero no se trata de un “biopic velado” ni una venganza disfrazada. Es un documento ético sobre lo que implica ser mujer —y joven— en un sistema donde el abuso no es un evento, sino una cultura. Y lo logra sin sensacionalismo, sin morbo. Solo con el peso brutal de la cotidianeidad.

Una película que te persigue

Cuando termina la película, uno no aplaude. No hay música, ni cierre dramático. Solo una pantalla negra que pesa como una piedra en el estómago. Es entonces cuando las preguntas empiezan: ¿por qué nadie dijo nada? ¿por qué no intervino recursos humanos? ¿por qué todos actúan como si fuera normal? Y, lo más difícil de admitir: ¿cuántas veces hemos sido testigos y también hemos callado?

The Assistant no ofrece respuestas. No pretende hacerlo. Solo pone el foco en lo que muchas veces elegimos no mirar. Y al hacerlo, no sólo habla del mundo del cine: habla del trabajo en general, del poder, del miedo, de cómo la violencia puede adoptar formas tan sutiles que hasta parecen parte del paisaje.