Hace poco más de una década, en los primeros años del sexenio de Fox, como consultor del Centro de Investigación Internacional del Trabajo (CEINTRA), tuve la oportunidad de incidir en la implementación del proyecto de la Nueva Cultura Laboral, uno de las iniciativas emblemáticas de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPSS) en ese sexenio. Desde la perspectiva de CEINTRA, el proyecto debía asentarse en un diagnóstico de las vivencias de los valores y, más específicamente, de las valoraciones promedio de las responsabilidades laborales en las diversas regiones del país.
La propuesta de CEINTRA obtuvo el beneplácito consensual del alto mando, con una sola y sintomática observación: quitar el término “valores” de todo el texto y sustituirlo por expresiones sinónimas, para evitar las críticas de la oposición de izquierda y anticiparse a sus reclamos de que se trataba de una iniciativa “moralina” y reaccionaria.
Hoy, en las postrimerías del primer cuarto del siglo XXI, el panorama de los valores y la moral no luce ni más abierto ni tampoco más plural para la deliberación. La emisión por parte del gobierno de la 4T de la Cartilla Moral, edición corregida del texto de Alfonso Reyes, aporta evidencia irrecusable no sólo del corto entendimiento sobre el problema moral sino de la negativa sistemática a hacerse cargo de tal situación.
El detalle inédito es que ahora el llamado de atención sobre las experiencias de los valores y la moral tienen como impulsor un gobierno federal antitético al de la derecha panista y cuya inspiración es mucho más cercana a la izquierda, sin desconocer que en este punto particular sus críticos y detractores señalen su postura sea mucho a la derecha (PES) que a la izquierda tradicional.
Las opiniones emitidas desde la intelectualidad opositora, muchos de cuyos representantes se identifican a sí mismos como de izquierda, tienen en común la tendencia a descalificar a priori el diagnóstico de AMLO sobre la relevancia causal de la corrupción en la crisis sistémica del México actual y sus iniciativas en derredor de la Constitución Moral.
Paradojas de la historia. A la distancia del interregno de los gobiernos panistas (2000-2012) y del regreso del gobierno priista (2012-2018), las versiones mexicanas de la derecha, en el arranque de la Cuarta Transformación sigue vigente el rechazo de la izquierda mexicana de corte intelectual a abrirse siquiera al debate sobre la relevancia de este tema crucial.
Uno de los puntos a destacar en la aversión opositora es la carencia de argumentos y la descalificación por sistema, muchas veces soportada en la inferencia risible de que como la moral es prima hermana de la religión y la religión atenta contra el espíritu de laicidad del Estado, lo mejor que un estadista puede hacer es practicar la autocensura en estas temáticas.
A estas alturas de la constitución de la sociedad-mundo lo menos que puede decirse es que el ámbito de la moral, al igual que la política, la economía o el derecho, goza de existencia propia, por efecto de que resuelve, a través de las vivencias de los valores, un problema que ninguna otra instancia social puede resolver: posibilitar el aprecio, o bien, el desprecio de la persona humana en cuanto tal, es decir, como agente dotado de identidad, inteligencia y voluntad propia.
La relevancia de las experiencias del bien, o del mal, en la producción y reproducción del orden social contemporáneo es un tema que, a despecho de la izquierda trasnochada, merece especial atención.
Si las jóvenes generaciones son la semilla del futuro, existen razones sobradas para mirar con atención a la tendencia crecientemente generalizada de las personas a evaluar las prácticas sociales en función de los valores de la responsabilidad individual y colectiva.
Los síntomas están a la vista. Los consumidores exhiben el afán de satisfacer sus necesidades no de cualquier forma, sino atendiendo a criterios de congruencia con sus creencias de valor. Dista mucho de ser extraño que la compra de una prenda de mezclilla sea meramente un asunto de calidad y precio, para ahora incorporar criterios tales como si el fabricante es respetuoso del medio ambiente, de la equidad de género o de la responsabilidad social corporativa.
Frente al clamor epocal de la bondad, ¿qué de extraño tiene que los políticos se reclamen y clamen por la autoridad moral y los códigos de ética materialicen la respuesta más acabada de las instituciones públicas, privadas y sociales frente a dicha expectativa?
En términos concretos, ¿qué de extraño tiene que, de cara a un compromiso explícito de combate a la corrupción y la impunidad, de indudable aroma moral, el líder de la Cuarta Transformación haya recibido de los mexicanos, especialmente de las jóvenes generaciones, la muestra más improbable y espectacular de respaldo electoral.
En tal contexto, amerita mayor extrañamiento la postura de la izquierda trasnochada que no alcanza a percibir en su justa dimensión el flanco que la Cuarta Transformación abre para intentar ponerse en sintonía con las expectativas de una época que, como bien advirtieran acertadamente Lipovetsky o Wallerstein, han optado por observarse en el espejo de la ética.
Ciertamente, queda pendiente la discusión de si la Cartilla Moral es el mejor instrumento para ir al encuentro de un país exitoso en el combate a la corrupción y de una época moralmente diferente. De lo que no hay el menor lugar a la duda es que no se avanza ningún ápice dando la espalda a un debate que la sociedad mundial hace tiempo convirtió en imperativo.