Los virus, como el que causa el resfriado común o la gripe, no están vivos y, por ello, necesitan invadir las células vivas para crecer. El propio sistema inmunitario del cuerpo humano debe combatir el virus o dejar que siga su curso. Las infecciones virales suelen ir acompañadas de múltiples síntomas, como dolor de garganta, secreción nasal, congestión, vómitos y diarrea.

Las bacterias, por el contrario, son organismos vivos y las podemos encontrar en todas partes. Hay momentos en que el sistema inmunitario del cuerpo puede no ser capaz de combatir una infección bacteriana y por ello utilizamos los antibióticos para matar la bacteria deteniendo su crecimiento.

Además, los virus son más pequeños que las bacterias. De hecho, el virus más grande es más pequeño que la bacteria más pequeña. Todos los virus tienen una capa proteica y un núcleo de material genético, ya sea ARN o ADN. A diferencia de las bacterias, los virus no pueden sobrevivir sin un huésped. Solo pueden reproducirse uniéndose a las células. En la mayoría de los casos, reprograman las células para crear nuevos virus hasta que las células explotan y mueren. En otros casos, convierten las células normales en células malignas o cancerosas.

La palabra “virus” proviene de la palabra latina que significa «veneno» o «líquido viscoso», una descripción adecuada para aquello que causa la gripe y el resfriado común, por ejemplo.

Existe un tipo masivo de virus conocido como mimivirus, llamado así porque imita las bacterias y porque el biólogo francés Didier Raoult, quien ayudó a secuenciar su genoma, recordó con cariño a su padre contando la historia de «Mimi the Amoeba«. Este mimivirus contiene más de 900 genes, que codifican proteínas de las que todos los demás virus logran prescindir. Su genoma es dos veces más grande que el de cualquier otro virus conocido y más grande que el de muchas bacterias.

De entre todos los huéspedes posibles, las amebas resultan ser excelentes para buscar nuevos virus. Les gusta tragar cosas grandes y, por lo tanto, sirven como una especie de recipiente donde los virus y las bacterias pueden intercambiar genes.