Unas 15 mil personas se dieron cita en el tradicional Viacrucis de Cubitos, uno de los tres más grandes y antiguos de Pachuca en donde se escenificó la 46 edición de la Pasión de Jesucristo, que partió de las canchas de la colonia hasta la cruz que está en la cima del cerro.
A eso del mediodía, la multitud ya estaba congregada en las canchas esperando el inicio del juicio de Cristo, el cual empezó con el recuerdo a quienes iniciaron este Viacrucis y con la representación de la discusión por el sueño que la esposa de Poncio Pilatos había tenido de Cristo, por lo cual pedía a su marido no lo condenara.
Y fue después que apareció Jesús de Nazaret, encarnado por Francisco Javier Hernández Montaño, encadenado, maltratado y vejado, a quien le abría paso entre la gente el sonar de los tambores que cinco chicos vestidos de centuriones hacían como banda de guerra.
Con Jesús venían azotados los ladrones y Barrabás, y así empezó el juicio del Sanedrín habilitado al fondo de la cancha, donde Poncio Pilatos rechaza juzgar a Cristo y le manda a dar 30 azotes, que los centuriones de Cubitos con gruesas cuerdas realizaban a manera de látigo de manera aparatosa.
Al concluir los azotes en el centro de la cancha le colocaron la corona de espinas, y de nueva cuenta ante Pilatos, Jesús es cuestionado de por qué no se defiende, mientras quienes caracterizaban a los sumos sacerdotes clamaban para que fuera crucificado.
Acto seguido apareció Barrabás, quien se le puso “al brinco” a los soldados que lo arrastraban, lo que provocó la hilaridad de algunos asistentes al ver a los soldados caídos tratando de someter al ladrón, que fue llevado ante Pilatos, y como de todos es conocido, Pilatos da elegir al pueblo judío a quien iban a liberar, con el desenlace de un Barrabás libre, mientras Pilatos se lavaba las manos de la sangre de un inocente, asistido por un niño con túnica blanca, mismo quien entregó a Jesús para ser crucificado.
Así dio inició el camino al Gólgota, o en este caso, a la cima del cerro de Cubitos, con Jesús cargando una cruz como de 90 kilos, mientras un grupo de centuriones, vecinos y policías municipales abría paso con una cuerda en la calle de Chihuahua, para seguir por San Luis Potosí y en el cruce con la calle de Puebla escenificar la primer caída, que acompañaban los padres Mateo, de La Asunción, y Luis, de la parroquia del Espíritu Santo, quienes en cada una de las caídas posteriores hacían una pausa en el recorrido para rezar el Padre Nuestro.
El paso del Cristo de Cubitos continúo por la calle de Puebla y en la subida del camino hacia La Paz se registró la segunda caída, donde un chico en silla de ruedas, acompañado por su madre se acercó a atestiguar este pasaje bíblico.
Algunos chicos pequeños se asustaban por la crudeza de la representación, pero eran calmados por sus mamás; muchos vecinos se asomaban desde sus ventanas y otros más desde sus azoteas contemplaban el paso del viacrucis viviente.
El Cristo de Cubitos pasó por el cuartel de Protección Civil y dobló en la calle de Veracruz, que estaba adornada por cientos de banderitas de colores que cruzaban la calle de lado a lado, y donde el tumulto hacía estrecho el camino de los chicos centuriones de la banda de guerra, la prensa y de Jesús de Nazaret representado por Francisco Javier Hernández, hasta que hubo un poco de orden, al tiempo que se representó la ayuda que Simón de Cirene le presta para cargar la cruz.
Pasadas las dos de la tarde, el Cristo de Cubitos, extenuado, fue puesto en el madero e izado en una cruz blanca que preside este monte, desde donde se contempla gran parte de Pachuca, al tiempo que a sus costados ayudaban a subir a los dos ladrones, Dimas y Gestas, con quien tuvo el diálogo que salvó a uno y condenó al otro, mientras los soldados se jugaban las ropas de Jesús y un pequeño niño, impresionado con la escena, lloraba abrazado de su papá, diciéndolo que ya se quería ir.
Cristo dijo las últimas palabras, y expiró, culminando así esta edición número 46 de la representación de la Pasión y Muerte de Jesucristo en el Cerro de Cubitos, siendo también la sexta y última aparición de Francisco Javier Hernández encarnando a Jesús.