El 26 de abril de 1986, hace 31 años, se iniciaba la catástrofe de la central nucleoeléctrica de Chernóbil en Ucrania, entonces perteneciente a la Unión Soviética. Uno de los lugares más afectados por la contaminación radioactiva fue Bielorrusia. Su tragedia, que continúa hoy día, es poco conocida.

Algunos datos que proporciona la escritora bielorrusa Svetlana Alexeiévich, Premio Nobel de Literatura 2015 en su libro “Voces de Chernóbil” nos permiten hacernos una idea de las dimensiones de la tragedia: Bielorrusia es un país agrícola, con unos diez millones de habitantes. Durante la guerra, los nazis destruyeron 619 aldeas con sus pobladores. Después de Chernóbil se perdieron 485 aldeas y pueblos. Durante la guerra murió uno de cada cuatro bielorrusos. Hoy uno de cada cinco (2 millones de personas) vive en un territorio contaminado. En las regiones más afectadas la mortalidad ha superado a la natalidad en un 20 por ciento. Las enfermedades oncológicas han crecido, así como el espacio ocupado por los cementerios en los pueblos de Bielorrusia. Todo esto en un país que nunca tuvo una central nuclear.

En Agosto de 1986 se celebró en Viena una importante reunión sobre el accidente de Chernóbil. La delegación soviética era encabezada por Valeri Legásov, miembro de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, y presidente de la comisión que investigaba el desastre de Chernóbil. Por presiones políticas, se quitaron partes importantes del informe, entre ellas las que analizaban la contaminación radioactiva en Bielorrusia. El tema no fue considerado en la reunión. Dos años y un día después del inicio de la catástrofe, el 27 de abril de 1988, Legásov se suicidó ahorcándose. Dejó varias grabaciones con descripciones detalladas de la catástrofe. Una parte importante de ellas fue borrada deliberadamente. Los muertos y enfermos por la radioactividad no debían existir, decretaron políticos y burócratas. El encubrimiento continuó. Como ya se ha comentado en esta columna (“Cesio radiactivo y enfermedades cardíacas” del 30/10/2014), el Dr. Yuri I. Bandazhevsky, fue perseguido y encarcelado por sus investigaciones sobre el efecto de la contaminación radioactiva en la población de Bielorrusia. Se vio obligado a emigrar en el 2005.

La población de Bielorrusia sufrió las consecuencias de la invasión nazi, de la represión estalinista y ahora sufre la contaminación y el olvido. En los años 70 se distribuía la revista: “Novedades de la Unión Soviética”. En ella aparecían, con fotografías de brillantes colores, lo que se difundía como grandes éxitos de la Unión Soviética. Recuerdo que en una de estas revistas vi por primera vez el nombre de Bielorrusia. Campesinos y campesinas en medio de campos de trigo que brillaban al sol. Una imagen bucólica sobre la que ahora se ha superpuesto otra, la siniestra sombra del horror y el encubrimiento de Chernóbil.

 

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