«Pero ¿cómo demonio has atado esto? ¡Vaya un enredo! exclamó la vieja, volviendo un poco la cabeza hacia Raskolnikof. No había que perder ni un segundo. Sacó el hacha de debajo del abrigo, la levantó con las dos manos y, sin violencia, con un movimiento casi maquinal, la dejó caer sobre la cabeza de la vieja. Raskolnikof creyó que las fuerzas le habían abandonado para siempre, pero notó que las recuperaba después de haber dado el hachazo.»

¿Están las mentes más brillantes llamadas a asesinar a quien se interponga en el camino de una gran obra, no para obtener un beneficio personal, sino en nombre de un bien común? Raskolnikof está seguro de ser un elegido y la gran enemiga de su sociedad es la prestamista que se apropia de los bienes de los miserables. Él es un estudiante, se está preparando para convertirse en un gran funcionario, o un abogado, tal vez en un oficinista de renombre, pero las deudas y la pobreza económica le impiden avanzar con libertad por el sendero de sus deseos. Sus frecuentes soliloquios más que darle paz, lo sumen en la ansiedad de lo cotidiano.

Raskolnikof es el personaje principal de “Crimen y castigo”, del escritor ruso Dostoyevski. Este individuo es psicológicamente complejo, la gran novedad de Dostoyevski fue haber profundizado en la psique de sus personajes como pocos lo habían hecho. El siglo XIX posee una larga lista de novelistas complejos, pero pocos están a la altura de los autores rusos. La trama de “Crimen y castigo” es que Raskolnikof, cansado de los abusos de la usurera la asesina, logrando un crimen perfecto, pues no hay manera de que la policía dé con el asesino, sin embargo, es el remordimiento el gran enemigo de Raskolnikof y su castigo será, precisamente, el que él mismo se produzca a través de sus constantes cuestionamientos existenciales. Hacia el final de la obra, Raskolnikof no puede más con la culpa, confiesa su crimen ante la ley y es desterrado a Siberia para realizar trabajos forzados, durante esta etapa una conversión espiritual sucede en el protagonista.

Una interesante discusión sucede en los primeros capítulos de la novela, Raskolnikof medita en torno a la pertinencia de asesinar en beneficio de un fortalecimiento moral colectivo. Se compara con Napoleón y justifica el homicidio relegando a la religión, pues él se declara ateo. Sin embargo, esto no es más que un falso discurso, pues el verdadero motivo por el cual Raskolnikof mata no es su grandeza de espíritu, sino su pobreza material.

«Raskolnikof le dio con todas sus fuerzas dos nuevos hachazos en el mismo sitio, y la sangre manó a borbotones, como de un recipiente que se hubiera volcado. El cuerpo de la víctima se desplomó definitivamente.»

Cumplidos sus años de trabajos forzados, Raskolnikof dedicó sus días a Sonia, su compañera, quien sobre la cabecera de su cama mantenía un pequeño libro que reunía los cuatro Evangelios. Raskolnikof recordó el pasaje de Lázaro, de cómo Jesús visitó su tumba y le regresó la vida a su podrido cuerpo. Él, acostado sobre la cama de Sonia, se vio como un muerto regresado a la vida. La usurera había sido olvidada y el gélido infierno de Siberia ya no quemaba más su piel. Nuevamente surgió la duda: ¿Matar en nombre de Dios? ¿Matar en nombre de una idea? La humanidad es el obstáculo a vencer para la gran obra.