Khalil vivía en la provincia de Homs con su padre, su madre y dos hermanas menores. Siendo esta ciudad la tercera más grande de Siria, se convirtió en un campo de batalla clave contra el presidente Bashar al-Assad, luego de que intentarán derrocarlo a principios de 2011.
“Veía el fuego y la luz que salían de las puertas de las armas cuando los soldados y los rebeldes se disparaban entre sí. Tenía mucho miedo”.
Cuando las fuerzas rebeldes abandonaron Homs, el gobierno entró en acción deteniendo a miles de personas bajo la “ley antiterrorista” que criminalizaba casi toda actividad pacífica de oposición.
El padre de Khalil, Ibrahim, fue detenido.
“El gobierno lo metió en la cárcel. Cuando salió, nosotros [como familia] tuvimos que pasar por muchas cosas. Así que decidimos abandonar Siria”, cuenta Khalil.
Entonces su viaje comenzó. Fue una década siendo un niño refugiado.
Primero llegó a Líbano, donde su familia se quedó en casa de un amigo Sirio durante casi 1 año, pero decidieron irse, ya que pensaron que allí no había futuro para ellos.
Viajaron a Turquía, legalmente, en avión.
Khalil y su familia se establecieron en Estambul, ya que contaban con la política de puertas abierta hacia los sirios desde que comenzó la guerra civil. Vivieron ahí cuatro años, pero fue difícil integrarse en la sociedad por las tensiones entre lugareños y refugiados.
“En Estambul, los niños [turcos] se me acercaban y me decían: ‘¿Por qué no regresas a Siria?’ Tuve que enfrentarme a muchos problemas. Pero pensé que nada cambiaría si solo lloraba por ello. Tenía que seguir con mi vida”.
En 2019 surgieron informes de que Turquía estaba deportando a cientos de sirios en contra de su voluntad, aunque el gobierno lo negaba. Fue entonces que la familia de Khalil decidió viajar a la ciudad de Bodrum para comenzar su traslado a Grecia.
Hasta el cuarto intento pudieron poner pie en la isla griega Kos, junto con otras 50 personas. Ellos creían estar a salvo y que podían crear un nuevo futuro. Lamentablemente, eso no duró mucho.
En 2020 hubo denuncias por casos migrantes y refugiados para expulsarlos de aguas griegas. Ibrahim tenía miedo de que les llegara el turno y entonces Khalil sugirió separarse del resto de la familia y viajar solo a Europa.
“Al principio, mi padre dijo que no. Pero después de pensarlo un poco, me preguntó: ‘Hijo, ¿estás seguro?’. ‘Sí’, respondí. ‘Está bien’, dijo. ‘Te irás pronto. Prepárate’”.
Dejando atrás a su familia a los 13 años, partió con un grupo de refugiados a Albania. Caminaron más de 165 km, a través de montañas, ríos, con un poco de atún y chocolate para obtener energía.
A veces filmaban su viaje con sus teléfonos y bromeaban para mantener el ánimo. Al llegar a Pristina, decidieron inmediatamente seguir la marcha. Fue así que en 2020, Khalil llegó a Belgrado, la capital de Serbia.
Pero quería llegar más lejos, al oeste de Serbia, a Austria o los Países Bajos. Sus múltiples intentos de cruzar las fronteras de la Unión Europea fallaron, fueron 11 en total. Y en ese tiempo desarrolló problemas de salud debido a las largas caminatas en condiciones climáticas extremas.
Se dio por vencido y se estableció el Belgrado.
“No siento que Belgrado sea mi ciudad, pero soy muy feliz aquí”, dijo Khalil, que ahora tiene 17 años.
Durante los últimos tres años, la capital Serbia había sido el nuevo hogar de Khalil, donde comenzó a ir a la escuela, aprendió inglés y serbio y ha hecho muchos amigos.
En 2023 su familia cumplió los requisitos para la reunificación, luego de que su madre obtuviera el estatus de refugiada en Países Bajos, mientras su padre y hermanas estaban en Grecia.
Tras no ver a sus seres amados por casi cuatro años, ahora todos tenían asilo.
Khalil espera ir a la universidad el año que viene y estudiar programación informática.
“Quiero hacer nuevos amigos y vivir una vida pacífica con mi familia, y estar lejos de las guerras”, dice.
“Mis experiencias en la vida me enseñaron a creer en mí mismo y a ser fuerte para lograr todo lo que quiero”.