Tehuacán. La hacienda tiene sus orígenes en las encomiendas y la repartición de tierras realizada en la segunda mitad del siglo XVI, se consolidó allá por el siglo XVII y se prolongó hasta la época del Porfiriato, constituyéndose como unidad productiva con una organización sumamente compleja y características tales como: dominio sobre los recursos naturales de la zona (agua y tierra), fuerza de trabajo y mercados regionales.
Según una investigación efectuada por la Casa de Cultura Étnica Popoloca “Xinatitiqui Kicia”, las haciendas representaron una forma de organización económica típica del sistema colonial español; el término que significa “haber” o “riqueza personal” en general, se aplicó para designar a una propiedad territorial de importancia, la cual se exhibía orgullosamente como pertenencia de una familia.
Tienen su origen en concesiones, por lo regular realizadas a nobles menores, dado que los grandes de España no estaban motivados para abandonar la península y la burguesía tenía poco acceso a los dispendios reales.
En México, el sistema de la hacienda surgió a partir de 1529, cuando la Corona española concedió a Hernán Cortés el título de Marqués del Valle de Oaxaca, el cual suponía una porción de tierra que incluía todo el actual estado de Morelos
Algunas de las primeras haciendas estuvieron ubicadas principalmente en las zonas agrícolas del territorio central del virreinato que hoy se corresponden con los estados de Guerrero, Michoacán, Morelos, Puebla y Tlaxcala. El éxito económico de la hacienda no es comprensible sin su articulación con la comunidad indígena.
La hacienda captó y utilizó el conocimiento milenario de los agricultores nativos en el manejo de las plantas, de la tierra y del agua, y se basó ampliamente en el empleo directo e indirecto de su fuerza de trabajo de manera casi ilimitada.
Las haciendas fueron una fuente adicional de ingresos para la gente de los pueblos cercanos, dado que proporcionaban empleo temporal a trabajadores necesitados de dinero y para muchos indígenas que habían perdido sus tierras.
Esta etapa del país se extendió hasta 1880 cuando se introduce nueva infraestructura que reforzaría y dinamizaría la ya existente. La estructura que se consolidó durante el virreinato permanece pero se agiliza de 1880-1919, ya que se introduce el ferrocarril, el teléfono y el telégrafo, así como nuevas tecnologías aplicadas a la producción.
Precisamente, por lo que se producía en ellas, puede considerarse que hubo haciendas azucareras, henequeneras, pulqueras, ganaderas, tropicales, cafetaleras, tequileras, vitivinícolas, entre otras.
El poco o nulo conocimiento de las haciendas como inmueble y del vínculo que tienen unos con otros es posible que impida entenderlas como una unidad arquitectónica al servicio de la producción.
Para lograr ese propósito, es necesario entender que la arquitectura es un fenómeno cultural socio-antropológico, producido en este caso en el área rural y que tiene connotaciones muy diferentes a lo que se encuentra edificado en la ciudad.
La distribución arquitectónica de las haciendas así como los sistemas constructivos que se emplearon en la edificación de dichos inmuebles indican la estrecha relación que existió entre estos edificios y los modos de vida de quienes trabajaron tanto en su construcción, como en la producción.
La edificación de las haciendas, sobre todo desde finales del siglo XVIII y hasta el siglo XX, se hizo con materiales resistentes como la cantería, se aprecia que fueron trabajados por gente especializada, en lugares en los que los recursos materiales para la construcción se tenían a la mano y, por lo tanto, se conocían a la perfección, también se utilizaron adobe, piedra y madera, dando como resultado edificios de muy buena calidad.
La distribución de la arquitectura de las haciendas no es la misma para todas, ya que ésta dependía del tipo de producción. La hacienda estaba constituida por un conjunto de edificios interrelacionados en sus funciones, de ahí que generalmente la disposición de los edificios estaba relacionada a un partido arquitectónico previo, con el cual se construían los otros inmuebles contemplando el vinculo que había con los otros espacios además de los factores ambientales del lugar, con esto se obtenía un funcionamiento adecuado para las necesidades de cada hacienda en donde se llevaban a cabo actividades como carga y descarga de granos, paso de animales e incluso tianguis.
Había también un espacio de transición de carácter extrovertido como lo fueron los corredores cubiertos en las fachadas, en contacto directo con el anterior y lugar que servía para la vigilancia de los trabajadores así como de descanso, éste proporcionaba además un área de regulación del clima, que protegía a cada lugar de la entrada directa de los rayos del sol, logrando igualmente la regulación de la entrada de los vientos a ella.
La hacienda, arquitectónicamente hablando, estaba formada por varios edificios, que servían para realizar diversas actividades; había espacios designados para la producción, la habitación, la administración, así como la instrucción.
Al conjunto se le conoce como casco, por ejemplo, en Tlaxcala, se presentan tres tipos: aquellos en los que sus edificios forman una unidad, los que están construidos por formas dispersas y las conformadas por una o varias unidades arquitectónicas aisladas entre sí o de otras edificaciones.
En las haciendas se podían encontrar espacios tales como la capilla, la casa del hacendado, los establos, la troje, las bodegas; la distribución arquitectónica de las haciendas no es la misma para todas, ya que ésta dependía del tipo de producción.
En la construcción se reflejaron las corrientes arquitectónicas de la época de mayor auge de cada una de ellas, como el barroco, el neoclásico, el neocolonial, el neogótico, entre otros. Muchas de ellas contaron con corredores cubiertos y arcadas, tanto en su interior como en su exterior, igualmente la mayoría tuvieron patios interiores.
Por otro lado, cabe mencionar que una de las causas de la Revolución de 1910, fue el aumento en el proceso de concentración de grandes extensiones de tierras generada por la existencia de las haciendas, lo que hizo que tanto tierras como haciendas estuvieran en manos de unos pocos, por lo que al terminar la Revolución, en el artículo 27 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917, se establecieron las bases para la liquidación de las haciendas, y de esta forma se puso fin legal al establecimiento hacendario en el país.
El fenómeno socio económico que se desprende de esa circunstancia, propició el abandono de esas propiedades durante muchos años, pero en las últimas décadas ha surgido un movimiento mercadotécnico que mueve al aprovechamiento de estos espacios que jugaron en su momento un papel fundamental en la historia mexicana y que han comenzado a interesar para su uso en muy diferentes ámbitos de la economía.
En Tehuacán existe la llamada ex hacienda de San Lorenzo, a la que también se le aplicaba la denominación de hacienda grande, cuya extensión de cuatro o cinco hectáreas aproximadamente la convierte en un extraordinario testimonio de la importancia que tuvo como productora de cosechas, que según datos históricos ascendían a 2 mil arrobas de chile ancho, 600 cargas de maíz y 500 de trigo, contando con su propio molino y su manantial, y disponiendo de volúmenes de agua de otros orígenes que le rendían un buen producto pecuniario.
La matanza de ganado caprino, una de las actividades más importantes de la región, tuvo en esta hacienda grandes momentos. La disposición arquitectónica de los edificios que la componen, indica que hubo una cuidadosa repartición de los espacios de trabajo, que se utilizó para su construcción excelente mano de obra y un extraordinario uso de los materiales con los que fue hecha.
Se notan distintos momentos importantes en el proceso de su construcción, como lo refiere el uso de herrería muy bien trabajada en el año de 1882, dato fidedigno, pues tal fecha aparece en la ventanería instalada, lo mismo que el nombre del propietario de esa época. Asimismo, se observan dos columnas de tipo jónico labradas en madera y colocadas en la zona del molino de la hacienda. Destaca el hecho que se instaló maquinaria de lo mejor en el sitio de trabajo tanto para producir movimiento como obtención de agua.
En lo que respecta a la construcción se advierte el uso de adobe, piedra caliza, piezas de barro (ladrillos, tubos), la presencia de elementos arquitectónicos para desalojar aguas pluviales de las techumbres, muestran diversos momentos constructivos, los hay de piedra apenas labrada para dar curso al agua por desalojar, de barro, de metal y de materiales contemporáneos como el PVC, en algunos casos sólo hay una oquedad para desalojo pluvial.
Los muros de piedra caliza labrada para lograr paramentos totalmente a plomo con terminaciones debidamente horizontales o en declive específico, lo mismo que siguiendo trayectorias circulares, presentan acabados de enlucido a base de argamasas a la cal y trabajados con buena calidad. En algunos casos se usaron enmasillados finos.
Todo lo anterior, indica que en su momento los edificios de la hacienda que fueron hechos con gran calidad, actualmente muestran los signos del tiempo transcurrido: desplomes, hoyancos, deslaves, humedades, desaparición de elementos constructivos como techumbres, molduras, piezas de ornato, puertas y ventanas, entre otros.
Teniendo como referencia, lo descrito líneas arriba, es recomendable que para el uso del edificio con multidiversos objetivos, las reparaciones se planeen con el ánimo de no dañar la arquitectura original.
Así que como la edificación presenta diferentes épocas de construcción, deberá decidirse cuál de esas épocas se toma como referencia para realizar trabajos de recuperación de áreas mediante la reposición de sistemas constructivos, acabados, piezas de ornato, piezas estructurales, piezas utilitarias, coloración, entre otros.
Sí se hacen agregados constructivos, deberán hacerse con el criterio de agregados temporales, que respeten la línea arquitectónica general, y no interaccionen dañando infraestructura o superestructura alguna.
Los colores usados en las épocas de edificación y funcionamiento de los edificios, se obtenían de minerales o vegetales que daban coloraciones blancas, grises, rojizas y tonos ocre suaves. Así que el criterio para elegir nuevos tonos de color para el arreglo correspondiente es conveniente sea tomando en cuenta lo mencionado.
En cuanto a enlucidos es conveniente usar argamasas a base de cal y arena, aplicados usando procedimientos y mano de obra que semejen lo existente. El uso de herramientas de época, por fortuna en la región aún es posible.
Las piezas de época tales como maquinarias, bateas, cazos, carretas, ventanerías, tuberías, puertas, vidrios, tejas, ladrillos, entre otros pueden recuperarse conservando su aspecto y disposición, aún cuando no puedan ser nuevamente utilizadas, pero sí revaloradas y admiradas.
Lo anterior, busca contribuir a la conservación de una edificación que es un ícono de la ciudad, las actividades que se realicen en este sitio pueden ser tan amplias como la imaginación lo permita, pero siempre pensando en la conservación del lugar, porque en el respeto a la temporalidad radica su valor como emisor de beneficios.