La sabiduría vernácula suele ser cruda y directa. Al respecto de las campañas políticas, viene más que a cuento la sentencia popular de que “hay dos cosas que no se pueden ocultar: lo pen…tonto y el dinero. Peor aún resulta cuando la desproporción crece, sea porque resulta demasiado grande la bolsa del dinero o porque la inteligencia es demasiado corta para ocultarla.

Apenas van entrando en calor las precampañas y ya es evidente el monumental derroche de recursos en la estrategia del precandidato oficial. Quizás eso sea parte de las ventajas de haber sido el titular anterior de la Secretaría de Hacienda, conocer de dentro las partidas y las posibilidades de sustracción trucada, y haber dejado en su lugar a una persona de todas sus confianzas.

¿De qué tamaño es la bolsa de la que Hacienda puede disponer para financiar directamente la campaña de Meade? Sólo él y su equipo cercano tienen elementos para responder. Las áreas de oportunidad que desde afuera se ven son enormes. Para empezar, de acuerdo a analistas especializados, existe un margen de maniobra que ronda el 6% respecto de los ingresos tributarios totales, producto del cálculo intencionado a la baja. La clave aquí estriba en que, por ser un remanente, no entra en los cálculos de presupuestación del gasto público y pasa a alimentar fideicomisos ad hoc para oscurecer su uso y destino final.

Sobre una base de captación de 2.7 billones de pesos, y suponiendo que sólo es susceptible de desviación la mitad de ese remanente, el margen de posibilidad de desvío a las campañas del PRI ronda los 20 mil millones de pesos. Probar lo que de ahí resulte es tarea que excede las capacidades de cualquier observador externo y las opciones que ofrecen los endebles mecanismos de transparencia, rendición de cuentas, fiscalización y combate a la corrupción.

Evidentemente, no todas las canicas están en esta opción. A esto hay que sumar los mecanismos de la estafa maestra, que seguramente no se han agotado, y los probados oficios de escamoteo financiero de los gobiernos locales en turno.

Si algo sugiere el escándalo mediático armado por Javier Corral, el actual gobernador de Chihuahua, es que la oposición panista ha decidido hacer sonar la alarma sobre los mecanismos de desvío de fondos federales a través de las cuentas locales en colusión con la Secretaría de Hacienda.

A estas alturas, es claro para propios y extraños que la estrategia dominante en la candidatura oficial gira y lo seguirá haciendo en torno de la cartera abierta: acarreos multitudinarios, reparto de utilitarios y despensas, compra abierta de votos, etc. Por cierto, por si alguna duda había de que la complacencia de las autoridades electorales estaría a tope, el Tribunal Electoral recientemente sentenció la legalidad del uso de los monederos electrónicos para efectos de las campañas políticas.

Seguramente, en el partido oficial deben estar contentos. No es lo mismo repartir dinero en especie que hacerlo a través de medios de electrónicos y bancarizados de dispersión. En la era de la eficiencia, también la compra de votos es susceptible de modernización e instrumentos eficientes de control contable.

No lo sé de cierto, pero lo imagino. El tamaño de la bolsa con la que el PRI espera contar para esta elección es monumental, por no decir escandaloso. Y si éste fuese del tamaño de la boca de Ochoa Reza, su dirigente nacional, debería ser suficiente para superar el umbral de los 40 millones de votos o del 40% de la votación total.

Si el cálculo de la elite priista apostara a una estrategia capaz entusiasmar y convencer a cuatro de cada 10 votantes, no podrían menos que pensar en una campaña espectacular y sin precedentes en la historia contemporánea. Partiendo de las cifras de desaprobación presidencial, de los negativos que pesan sobre el PRI y de una intención de voto que no llega a los 20 puntos porcentuales, no podría ser de otra manera.

De aquí a la jornada comicial media un lapso de seis meses de distancia. El ritmo promedio mensual de incremento de la votación necesario para alcanzar sus metas sería de cuatro puntos porcentuales. A juzgar por los indicios actuales del bajo perfil de Meade y de su déficit de capacidades para conectar con los votantes populares, el escenario probable luce dramático.

Ahora que si la estrategia es otra, y ésta apuesta por la compra ostentosa, masiva y descarada de votos, el futuro podría lucir diferente.  Dicho con toda crudeza, aquí la base del cálculo y la presupuestación giraría en torno al tamaño promedio del cañonazo para trucar el malestar individual de tiempo atrás en un episodio de dicha fugaz y multiplicarlo por la cantidad necesaria de votos.

El doble problema con esta estrategia, que es la más probable, es que hará crecer la bolsa del dispendio a dimensiones sin precedentes y que, sin importar el tamaño de la inteligencia y las capacidades de escamoteo, ésta sería inocultable.

En todo esto, no tengo una respuesta clara a la pregunta de si resultaría más escandalosa la compra-venta masiva del voto que la complicidad abierta de las autoridades electorales. Ante la urgencia de ganar como sea, a los instigadores de la tentativa del megafraude anunciado les pareczca irrelevante la pregunta por lo que vendría después de este deshonroso desenlace. El escenario actual no pinta nada bien.