Para apreciar los partidos políticos según el criterio de la verdad, de la justicia, del bien público, conviene comenzar por discernir sus caracteres esenciales.

Se pueden enumerar tres:

Un partido político es una maquinaria para la fabricación de pasión colectiva.

Un partido político es una organización construida para ejercer una presión colectiva sobre el pensamiento de cada uno de los seres humanos que son sus miembros.

El primer fin y, en último análisis, el único fin de todo partido político es su propio crecimiento, y esto sin límite alguno.
Simone Weil, Nota para la Supresión General de los Partidos Políticos, extracto de Escritos de Londres y Últimas Cartas, tomado de Simone Weil: Profesión de Fe, Sylvia María Valls

La democracia y la legitimidad republicana son cosas que estamos muy distantes de haber vivido, ya que a lo largo de la historia las leyes las han dictado los vencedores, aquellos que han concretado la fuerza suficiente para oprimir a aquellos que han sido vencidos.
La democracia en su más original expresión, la clásica, la griega, trata de un estado que, de entrada, era excluyente y esclavista. El voto era exclusivo para ciudadanos libres, ni los esclavos ni las mujeres tenían derecho a ejercerlo. Esto dejaba muy claro que una gran parte de la población a la que gobernaban quedaba al margen de la toma de decisiones, pero tenía que someterse a las que les fueran dictadas. Había una enorme desigualdad y una explotación brutal ya que tanto esclavos como mujeres eran no solo mano de obra gratuita sino propiedad de los demás ciudadanos que sí gozaban de derechos civiles y políticos.

En un sistema electoral como el que tiene el México actual las premisas de Weil cobran singular importancia, por cada miembro que coopte un partido político le representa más dinero del INE. Ya por esta simple razón hay una baja pasión de por medio, la avaricia, la ambición, el que cada persona que se adhiera a sus preceptos u organismos les representa una cantidad de recursos tangibles. De recursos públicos que no serán dedicados al bien común sino a engordar las arcas de cada uno de los partidos. Del color que sean o la ideología que ostenten. Bajo este precepto resultan igualmente malos todos.

La solución de Weil para esto era eliminar cualquier intercambio de dinero de las contiendas políticas. Una utopía que dentro de nuestro sistema capitalista es más que imposible de considerar ya que una campaña (del candidato que sea) representa un costo para poder ser llevada a cabo. Vemos partidos con recursos ilimitados que garantizan su continuidad en el poder contendiendo con otros que no hacen más que dar patadas de ahogado ante fuerzas colosales en medios masivos de comunicación y captación de asistentes en sus actos de campaña.

Sin duda el voto ciudadano es la forma que tiene la población de decir si acepta o no la forma de administración en el poder. El problema es que una vez ganadas las urnas no tenemos idea de qué agendas estamos apoyando. Puede ser el crimen organizado o el narco, como en el caso de Guerrero quedó más que claro, pueden ser intereses corporativos y monopólicos como los que han movido a todas las ideologías a cambio de moches y licitaciones amañadas de obras que, en el peor de los casos, resultan en tragedias como la ocurrida en la línea 12 del metro hace algunos meses.

Nuestra democracia tiene un as bajo la manga que es la participación de la sociedad civil, esas que este sexenio han sido castigadas al máximo con recursos oficiales pero que cuentan con diferentes maneras de ser financiadas y cuyos objetos sociales y objetivos con claros y transparentes. Eso tampoco las hace impolutas ni incorruptibles, hay muchas que se han dedicado a obstaculizar la paz de regiones específicas como sucede en Chiapas con algunas creadas por prelados en altos cargos de la Iglesia Católica. Muchas otras que sirven de simple lavado de dinero para no cumplir con sus obligaciones fiscales y deducir de más. Las hay que sí brindan servicios vitales como refugios para mujeres en situación de riesgo. Hay de todo en la viña del señor.

La única ventaja que tiene nuestra democracia es que es finita, marca un calendario en el que cada término esta claramente delimitado por comicios que pueden dar continuidad o dar paso al cambio de poderes en todos los niveles de gobierno. Ya con esto podemos decir que: “No hay mal que dure cien años”, aun cuando la idea de democracia lleve miles de años vigente.