«Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo.» Y es que así pasa cuando sentimos a la muerte cerca, imaginamos, deseamos, tratamos de estirar los minutos para hacer aquello que postergamos demasiado, o, tal vez, para ir a visitar a aquellas personas que hemos abandonado, y que la eterna sombra está por arrebatarnos.
“Pedro Páramo”, de Juan Rulfo, fue publicada en 1955. Escritor talentoso y fugaz, nos dejó además de esta novela otra más: “El gallo de oro”; y un cuentario: “El llano en llamas”. Pero “Pedro Páramo” es la obra que más se ha enraizado en el imaginario mexicano. La trama de esta novela transcurre en un pueblo distópico llamado Comala, al que Juan Preciado llega buscando a su padre, Pedro Páramo, pues así se lo prometió a su madre, Dolores, antes de que ella muriera. Comala solía ser un lugar plácido que se sometía a la voluntad de Pedro Páramo, quien llegó a ser el hombre más poderoso de aquella región de la Media Luna a pesar de haber nacido en el seno de una familia pobre.
La ruina le llegó a Comala cuando Pedro Páramo perdió a su gran amor, Susana, que se murió muy joven por una enfermedad. A su funeral no asistió casi nadie, y si en algún momento estuvo concurrido fue gracias a la parada que un circo hizo en aquella desolada casa donde se velaba a la muerta. De la misma manera que la ira se apropió del Pélida Aquiles, en “La Ilíada”, Pedro Páramo se sintió ofendido con los cirqueros que rodaban en torno al ataúd de Susana; a partir de entonces Pedro Páramo se aseguró de hundir a Comala en la miseria.
Cuando Juan Preciado visita Comala su padre, Pedro Páramo, ya ha muerto y el resto de la gente, también. Preciado se da cuenta, entonces, de que desde su arribo ha estado hablando con los muertos, y si en algún momento llega a hallar a su padre también lo verá convertido en un fantasma. Durante su estancia en aquel pueblo, Preciado enferma y después muere, y la historia, como nosotros la sabemos, es gracias a lo que los muertos platican entre ellos dentro del ataúd.
Comala, la planicie de la Media Luna, es un lugar al que los muertos están condenados a permanecer. Es el México herido que dejó la Revolución fracasada de principios del siglo pasado, la misma que, podríamos decir, ha dejado todos los muertos que hoy habitan este país del ombligo de la luna. Algunos yacen bajo tierra, los menos, bajo el agua, pero la mayoría de los muertos caminan sobre la tierra sin saber que sus cuerpos fueron sepultados en un recóndito cementerio que ni siquiera la memoria visita. La grandeza de “Pedro Páramo” fue haber inventado un México fantasmagórico que hoy ronda por las calles de nuestra ciudad, al tiempo que se escucha una voz que dice: Huí de Comala pensando que aquí me salvaría morir…