En los círculos de opinión mediática, los intelectuales de la política que viven atados al cordón umbilical del régimen derrotado siguen siendo amplia mayoría. Seguramente, éste es el único espacio en que lo son. Calculan, es de suponer,  que su condición mayoritaria es una fortaleza alimentada por el hecho de que entre ellos se leen, se citan y se retroalimentan.

Por mi parte, tiendo a pensar que se trata de una debilidad, porque prohíja su tendencia al autismo (corporativo) y les significa un obstáculo a asumir que les alcanzaron los tiempos de ejercer la autocrítica y poner en duda sus narrativas y sus herramientas de pensamiento.

De entre sus expresiones sintomáticas, por un lado, destaca el relato acerca de la idílica etapa de construcción del Estado de Derecho, cimentada en la división de poderes y los organismos constitucionales autónomos; y por el otro, la forja de la democracia electoral, con el INE y el Tribunal Electoral a la cabeza, a la que en palabras del exdirector de Flacso México, Francisco Valdés Ugalde,  le debemos  “que desde 1996, tengamos elecciones más libres y equitativas, como lo prueban todos los estudios serios”. Lo que, salvo mayor evidencia, hace suponer que se refiere a los estudios que comparten tal línea de interpretación.

El corolario del relato es que, a juzgar por los sucesos de los últimos cuatro meses,   la 4T está colonizando el Estado de Derecho (Woldenberg), edificando un Estado contrario al Derecho, a la sociedad y a la democracia (Valdés Ugalde); esto es, destruyendo a paso acelerado las conquistas civilizatorias de los últimos cinco lustros, “que tanto esfuerzo nos han significado a los mexicanos”.

Frente a esta narrativa, AMLO y la 4T enderezan la suya propia. Y en ésta, lo que se despliega es un mentís, punto por punto, que versa sobre una estrategia de simulación sistemática, orientada a hacer pasar el Estado fallido como de Derecho, la sumisión a los intereses fácticos como autonomía de los organismos constitucionales, y la alternancia entre el club del agandalle (PRI-PAN-PRD, más satélites) como pluralidad política y competencia democrática.

En el choque de relatos, ciertamente, hay una asimetría de capital académico favorable a la intelectualidad orgánica del viejo régimen. Un cúmulo considerable de politólogos del CIDE, Colmex, Flacso e ITAM arrastran la pluma o el cursor en abono de la narrativa idílica. Ellos sostienen que proceden por convicción científica y respeto por la verdad. Hay quienes sospechan, el que esto escribe entre ellos, que media una empatía clasista, expresada en posiciones, habitus y estilos de vida que  los acercan a los damnificados del cambio y les alejan de sus impulsores.

Preguntarse a qué relato le asiste la verdad o quién está mintiendo, puede ser un ejercicio interesante, puesto que, hasta indican las reglas de experiencia en la materia, cierta dosis de verdad suele ser un ingrediente necesario en el éxito movilizador de las narrativas. Lejos de lo que puede pensarse, no advierto que en un eventual balance, con las reglas de la ciencia a la mano, la ventaja esté del lado quienes detentan mayor capital académico.

Asumiendo el punto de vista y la narrativa de la 4T, existe evidencia suficiente para falsear, o al menos para hacer tambalear, los asertos sobre los supuestos avances civilizatorios del régimen anterior.

Por su parte, asumiendo el óptica de la intelectualidad opositora, existe evidencia suficiente para falsear, o cuando menos poner en serios aprietos, la legalidad o la democraticídad de muchas de las decisiones políticas del gobierno actual, entre ellas, el acoso a los organismos jurídicamente autónomos o el proceso de renovación de los cuatro integrantes de la Comisión Reguladora de Energía.

La existencia de falacias y falsedades en ambos lados no es razón para concluir que se vive una situación de empate, principalmente porque la política es el campo de batalla decisivo en el desenlace.

Dicho con crudeza, lo que importa aquí es cuál de los dos relatos atrae más creyentes. A juzgar por las energías menguantes de las fuerzas de oposición organizadas y por la aceptación elevada del gobierno actual, no hay lugar a la duda de hacia dónde se inclina la balanza.

Tengo la impresión de que, para bien o para mal, la intelectualidad, incluyendo sobre todo la todavía hoy no se da cuenta de que no ve, está llamada a jugar un papel relevante en la construcción de la era histórica que hoy se abre.

Haciendo eco a lo señalado por Heinz von Foerster en una conferencia magistral sobre epistemología: cuando en la vida social subsisten dos relatos antagónicos es por la simple razón de que no se han escuchado.

Una discusión aparte es a qué parte corresponde o beneficia mayormente tomar la iniciativa de abrirse a la escucha. Al margen de cualquier respuesta, la intelectualidad orgánica del viejo régimen exhibe pocos arrestos de autocrítica; por ejemplo, distan mucho de entender que su reputación está mermada y, por ende, que no son el interlocutor válido de antaño. Peor aún, están cerca de convertirse en el portavoz de lo que hay que interpretar en sentido contrario.

La disyuntiva de los intelectuales que despotrican contra el gobierno actual desde la narrativa idílica —y, por falaz reaccionaria— dibuja las opciones de regodearse en el autismo y seguir hablando para sí mismo, o ejercer la autocrítica y abrir el debate hacia lo que no se tiene pero se anhela: Estado de Derecho y democracia.

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