Las guerras son tan antiguas como el origen de la Civilización porque la ambición, por tener y dominar lo que tiene el otro, impulsa el movimiento de invasiones que forjan la Historia de la Humanidad.
El comercio y el control de sus rutas han sido tradicionalmente motivos suficientes para llevar a cabo invasiones y despliegues bélicos, la espiral maldita, tan antigua como la caída de los fenicios o las Guerras Púnicas entre las dos potencias de su tiempo, Roma y Cartago, en los años que datan del 246 A.C.; y que llevaron al poder romano a crear su Imperio y dejar atrás las antiguas civilizaciones para transitar al llamado mundo moderno.
La historia del ser humano ha sido una constante de invasiones y apropiaciones de pueblos conquistados y conquistadores, por eso es tan loable el enorme esfuerzo multilateral en pro de la paz y el entendimiento construido a finales de la Segunda Guerra Mundial.
Por eso es que resulta tan preocupante la nueva actitud unilateralista de Estados Unidos liderada por su presidente Trump, su falta de entendimiento con prácticamente buena parte de los líderes de la aldea global, mantiene bastante intranquilos a todos aquellos que creen en seguir construyendo puentes de diálogo.
Parecería que en un rifirrafe comercial todo se vale, entre las dos grandes guerras mundiales del siglo pasado se vivieron enormes tensiones entre productores, exportadores e importadores de la industria del carbón y del acero. Los dos insumos líderes de la époaca.
Como en la actualidad acontece entre Estados Unidos y China, las dos potencias económicas del momento, son dos esferas de poder que chocan en varios aspectos ideológicos y políticos; y cada una pretende imponer sus reglas del juego.
Para el inquilino de la Casa Blanca, un hombre curtido en temas empresariales, sin un bagaje político amplio, él considera que levantar una muralla arancelaria a las importaciones chinas servirá en un primer acercamiento para doblegar el espíritu chino y sentarlo a una mesa de negociación en la que imperen las condiciones de Washington. Ya pasó más de un año y llevan once mesas de diálogo y Beijing ha dicho que no cederá ni a Trump ni a sus condiciones.
¿Tiene razón Trump en edificar una muralla comercial, ladrillo a ladrillo de aranceles? La propia historia económica tiene la respuesta: no. Él busca corregir su abultado déficit comercial obligando a que los chinos amplíen sus importaciones y acepten, además aranceles a determinadas importaciones.
Se trata de una medida artificial que no logra corregir un problema de origen: Estados Unidos es menos competitivo que China en la arena comercial, tanto en calidad como en cantidad como en la relación precio de los insumos y de producción. Su respuesta pasa por imponer impuestos a las importaciones, implementar mecanismos de incentivos a sus productores vía una política fiscal laxa y complementarlos con subsidios. Empero, eso no los hace competitivos per se.
A COLACIÓN
Son solo medidas paliativas. Así lo explica igualmente Gary Becker, premio Nobel de Economía 1992, en su libro “La economía cotidiana”, el economista crítica la recurrente piel delicada de algunos políticos estadounidenses que por una u otra causa buscan medidas y “pretextos” para proteger a sus productores locales de la competencia foránea.
Esa piel sensible ha estado presente en distintas décadas a veces contra Japón, Corea del Sur, Taiwán, Canadá y México… contra todos aquellos que produzcan mejor que sus propias marcas locales.
Para Becker, una política de represalias en contra de prácticas comerciales injustas tiende a empeorar la situación “porque se convierte en un pretexto” para proteger a los productores nacionales contra la competencia extranjera.
La experiencia enseña que el gran perdedor de una guerra comercial es siempre el bolsillo del consumidor porque a él se traslada el incremento de las tarifas arancelarias. Toda vez que los productores locales protegidos no mejoran su eficiencia… más bien se estancan.
Trump está jugando con fuego y si hay algún economista que lo asesore lo debe saber; podrán presionar en el corto plazo a China pero a mediano y al largo plazo el gran perdedor de la guerra comercial será Estados Unidos, los consumidores y finalmente las propias empresas norteamericanas.
A corto plazo, el déficit comercial de bienes de Estados Unidos con China redujo en marzo pasado en 20 mil 750 millones de dólares un 25% en comparación con el mismo mes del año pasado; por trimestre, enero-marzo del año en curso, la reducción fue de 79 mil 980 millones de dólares. De ambos lados se han achicado las importaciones bilaterales… los efectos cortoplacistas.
Sin embargo, eso no implica que los productores estadounidenses sean más eficientes, sino lo producen localmente a precios competitivos lo importarán de otros países.
Directora de Conexión Hispanoamérica, economista experta en periodismo económico y escritora de temas internacionales