La nostalgia es la pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos, definida en el Diccionario de la real academia española que la complementa con la tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.
Como podemos apreciar, el primer detonante de la nostalgia es la distancia, el no estar en el lugar y con quienes forman parte de nuestra vida familiar y/o social. No es menor que en la cultura popular existan canciones con letras como “que lejos estoy del cielo donde he nacido” o “que digan que estoy dormido, si muero lejos de ti”, el arraigo y la identidad pesa cuando no se está en la tierra que nos vio nacer o con las personas que hacemos nuestras en el trato cotidiano. De ahí la tragedia de nuestros hermanas y hermanos migrantes, que en las primeras generaciones emigraron en busca de una oportunidad para mejorar la calidad de vida de las personas queridas, que en el desapego a la región hostil que les da las opciones, padecen esa nostalgia como herida abierta por no poder estar con los suyos y no sentirse parte de una región extraña; más cruenta se hace la nostalgia cuando la migración tiene de origen el desplazamiento forzado y la sobrevivencia ante la violencia que expulsa de su seno a quienes el permanecer lleva de por medio la propia existencia.
Otro aspecto de la nostalgia es el deseo de las personas a superar la finitud y la temporalidad para revivir los momentos felices de su existencia y eternizarlas. En psicología se maneja esa nostalgia como una idealización del recuerdo, siempre en el anhelo del pasado, de lo que fue y ya no será, esa tristeza y sensación de pérdida del instante en el que la memoria y la emoción dejan huella perenne.
Cada uno puede evocar un mismo acontecimiento en función de la percepción o el valor que le asigna; así, para algunos, un instante puede ser ese recuerdo a donde regresar para sentir la emoción del momento como un bálsamo ante las vicisitudes del presente, en cambio, para otros pueden tener una percepción totalmente diferente de lo que se vivió por los que participaron de ello.
Tendemos a cambiar el pasado en lo que selectivamente consideramos merece permanecer en nuestra memoria, podemos reforzar la idea de la sensación sentida y de los incidentes que lo motivaron sin que necesariamente se dieran así loa eventos. Para bien o para mal, esa es la esencia de las terapias psicológicas, el ayudarnos a discernir esa enredadera de recuerdos y dotarlos de otro sentido, en el cual, sin poder cambiar el pasado, por lo menos logremos ajustar la percepción a la que nos lleva la forma en que lo revivimos.
La felicidad se da en una serie de instantes, no es el fin del camino ni la meta que se agota en la concreción de un fin en particular, por ello, cuando se logra sentir ese instante, lo fijamos en la memoria a sabiendas de que justo su brevedad la convierte en un anhelo.
La nostalgia es un refugio en donde los acervos se dan con el cúmulo de instantes y recuerdos que nos ayudan a superar los retos presentes y evitar la ansiedad por el futuro. En el imaginario social está la sensación de que lo pasado hay sido mejor que el presente, frases como: “en mis tiempos eso no era así” o “antes se podía vivir de esta forma o con menores riesgos”, son sensaciones que no necesariamente tienen conexión con evidencia real. Aunque también hay que reconocer que, pese a los avances científicos y tecnológicos, no necesariamente se cuenta con una calidad de vida que sea mejor que lo meramente material.
Vivir en el recuerdo, traer al presente las sensaciones que nos dan confianza, paz, felicidad, tranquilidad y equilibrio. Esa es la esencia de la nostalgia. Así los que avanzaron cerrando su ciclo de vida siempre están vigentes, en su obra y en la huella que sus palabras y acciones dejaron en nosotros. Por ello la nostalgia y la melancolía tienen un lazo indestructible en las emociones que nos traen su concurrencia.
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