Aceptémoslo, este es el territorio en el que nos tocó vivir, un México al que la prensa española calificó, arrastrando la melancolía, como un país roto.
El periódico global “El País” se dio vuelo haciendo una radiografía del sufrimiento y manejo de la pandemia en México, en la que por supuesto, arrasó con el gobierno y puso el dedo en la llaga al hablar de la economía, que a decir de Alfonso Romo, ha decrecido un 9% pero se continúan realizando acciones como si se mantuviera a la alza.
Aceptar que somos mexicanos es enaltecer su historia y tradiciones, mostrándole hoy al mundo que a pesar de estar de luto, limpiándonos las lágrimas por aquel familiar fallecido o, tronándonos los dedos porque el amigo recién hospitalizado no abone a la escalofriante cifra de 100 mil muertos que se han acumulado de manera oficial desde el pasado 27 de febrero, en que fue detectado el primer caso de COVID-19 en territorio nacional, es mostrarle al mundo que saldremos también de esta y que estamos dispuestos a hacerlo.
Leemos noticias todos los días y tratamos de encontrar el rayo de esperanza que nos brinde la oportunidad para sosegarnos, mantener la calma y ver con entusiasmo el futuro, cierto es que difícilmente encontramos una nota que aliente nuestro andar cotidiano y nos provea de la pasión por el porvenir, aunque existan razones de enorme valía para sostenernos de pie. Nuestros padres, hijos, amigos, la esperanza laboral y la recurrente e hipnotizante frase de los budistas al decir que “esto también pasará” y pasará estimado lector, le aseguro que pasará.
Una nación no se construye con un nombre o con una guerra, es el resultado del cúmulo de voluntades que unificadas dan vida al objetivo común. Todos los seres humanos perseguimos la felicidad como fin último de nuestras vidas, sin importar el espacio geográfico en el que hayamos nacido o en el que tengamos que desarrollar nuestras vidas, cada uno de nosotros busca el placer infinito que nos desborde el alma de amor y satisfacción. Las acciones cotidianas que realicemos se verán reflejadas, primero en nuestro núcleo familiar, luego en la colonia que vivimos, para expandirse en el municipio, Estado y país del que formamos parte. Sabemos ya que nuestras autoridades están rebasadas, que no contamos con liderazgos sólidos ni instituciones confiables, que hay violaciones todos los días pero no hay sanciones que las contengan, en fin, en el caos de vida al que nos enfrentamos todos los días, no tenemos mayor opción que desplegar conductas en lo individual con la esperanza de fortalecernos en lo general.
El gobierno, sin importar el color del que se trate, se conforma por ciudadanos, como usted y como yo, su misión es la búsqueda del bien común y las acciones que realice deben ir siempre dirigidas a conseguirlo. Sin embargo, pareciera que este tipo de discursos hoy suenan vacíos ¿Sería muy complicado comenzar a gobernarnos primero a nosotros mismos, encontrar la forma de autolimitar nuestras conductas pensando en el beneficio del que tenemos enfrente? Debemos recordar que nosotros ocupamos el lugar de enfrente para alguien más, que nuestra conducta siempre tiene una repercusión y afectación en el entorno, que vivimos en una sociedad y somos responsables de lo que está sucediendo en ella.
Los malos gobiernos se gestan porque existen malos ciudadanos, así como los malos ciudadanos fueron fecundados en atmósferas hostiles, la dificultad para poder separar lo bueno de lo malo cada día es más compleja, cualquier intento de respuesta se escapa de las manos.
Nos encontramos polarizados, divididos, vacilantes, inseguros… sin duda la gran oportunidad para asirnos de nosotros mismos con todas las fuerzas que implica sobreponerse a un desastre. Nadie, simplemente por subsistencia, se hundirá deliberadamente. Hacer lo que nos corresponde a cada uno, de la mejor manera posible, es la única forma que hoy nos garantiza el fortalecimiento social que tanta falta le hace a México.