El momento histórico que toca vivir define la reflexión de los debates en procesos sociales, científicos y políticos, las construcciones discursivas en torno al desarrollo de estas áreas definen los sentidos de la historia y la re significación de los conceptos de cada época.
Todo lo que asumimos como verdad en el presente está en evolución, en tanto nadie tiene la verdad verdadera y lo que prevalece es el factor de incertidumbre; es decir, todo está siendo cuestionado para seguir descubriendo.
Robert Ressler, reconocido perfilador del FBI en el siglo XX define como asesino en serie a alguien que comete tres o más asesinatos durante un extenso período con un lapso de enfriamiento entre cada crimen.
Si leemos con atención describe a un alguien, en un periodo indefinido y unos lapsos inciertos; no explica nada. Él mismo manifestó que ninguno de sus perfiles había servido para ubicar a uno solo de los asesinos seriales de su época y que fueron errores banales como pasarse un alto o traer una luz fundida en el vehículo lo que ocasionó su arresto.
En México los asesinos seriales han sido clasificados de manera similar atrayendo a multitudes en conferencias, de quienes se dicen expertos en el tema, para conocer sus motivaciones.
Las neurociencias proponen responder el enigma de la conducta del homicida serial describiendo la actividad anormal en la zona prefrontal del cerebro humano donde radican los procesos lógicos.
Este neocórtex controla las funciones mentales superiores, lo cual sí explica porque ninguna otra especie en el planeta ha podido planear, diseñar y construir un dispositivo electrónico por ejemplo.
Sin embargo, aún no logran explicar por qué existe la conducta homicida, siguen centrándose en el cerebro de quien ya cometió una serie de asesinatos.
Cayendo un poco en contradicción, las neurociencias proponen ejercicios de lógica para adolescentes como inducción para evolucionar hacia una mejor toma de decisiones.
Los asesinos seriales en México han tenido por víctimas a mujeres, niñas y niños, en mucho menor medida a hombres; incluyendo Juana Barraza Samperio “La mata viejitas” quien asesinó al menos a 48 mujeres en la Ciudad de México; José Luis Calva “El caníbal de la Guerrero” a quien se le judicializaron al menos tres asesinatos de mujeres, Juan Carlos N. “El monstruo de Ecatepec” con 6 feminicidios en proceso y Oscar N. feminicida de Toluca con tres víctimas identificadas; ninguno de ellos con enfermedad mental, lo que si comparten son historias de infancia plagadas de violencia familiar grave.
Todos poseen un discurso que a la entrevista es seductor, no en el sentido romántico sino en el uso de un lenguaje envolvente y dramático acompañado de un semblante convincente, similar al usado por vendedores y políticos.
Es importante puntualizar que el dramatismo en nuestro lenguaje es heredado de la cultura española quienes curioso es que comparten los mismos índices de violencia dominante que los latinoamericanos.
Entonces parece altamente probable que la violencia homicida puede fundamentarse en una narrativa social e individual construida en la cultura y sostenida por generaciones de familias atrapadas en ella. Plantearemos esto partiendo de las víctimas que son invariablemente personas en situación de vulnerabilidad.
Si continuamos por la línea biológica estaríamos asumiendo que los hombres son los psicópatas y eso queda en duda científica cuando la gran mayoría no manifiesta estas conductas aun cuando poseen los mismos niveles de testosterona que los homicidas. Quizá parte de la solución a la violencia es incluir el análisis lingüístico.
Deconstruyamos el pensamiento para proponer soluciones al alcance de la sociedad sin que el conocimiento solo sea para los genios, otro mito a derribar. Nos leemos en la siguiente entrega.
Abigail Baez