Lo decimos con el éxtasis que nos atrapa cada inicio de año. Los propósitos de año nuevo ya fueron enlistados y muchos de nosotros brindamos porque el año que inicia supere en mucho todas las bondades que nos dejó el desastroso cierre del año pasado.
El calor de la esperanza nos cobijó en la noche de año nuevo, hubo quienes, a pesar de la contingencia, los llamados constantes y las alertas por mantenernos en la línea de precaución, se reunieron con familiares y amigos, aparecieron las tertulias clandestinas, se buscó exitosamente el abastecimiento de bebidas alcohólicas para celebrar la llegada de un año que no pinta nada bien, pero que para ellos fue la coronación de una vida llena de inconciencia y falta de sentido común. Es el rubro de quienes se sienten inmortales o que quizá esperan la oportunidad de entregarse a la muerte que saben algún día tocará a sus puertas y desean encararla prontamente.
Otros, se confinaron en sus casas brindando a la distancia con ponche casero, compartiendo con los familiares que aún se encuentran vivos. Brotaron las frases de consuelo, de amor, de unidad, de fortaleza. Los ingredientes fueron expuestos uno a uno para apuntalar con buenos deseos el año que nos brinda la oportunidad de vencer las adversidades, realizando ejercicios de conciencia humanitaria, sin perder de vista que el hilo comenzará a tomar forma con las acciones que despleguemos cada uno de nosotros.
El recuento de los daños que vemos en los encabezados son desastrosos. Afirma la revista “Expansión” que tenemos encima la peor crisis económica de los últimos 100 años, “El Financiero” asegura que estamos clasificados como el peor país para vivir durante la pandemia. Por supuesto que quienes estamos iniciando el año con salud, un techo y comida en nuestras mesas somos extraordinariamente privilegiados y por ello, mantenemos la esperanza para que el 2021 sea más indulgente con los que logramos llegar hasta este día.
El 2020 brindó a México la oportunidad para despertar conciencias, para tomarnos esos momentos de reflexión cuando la tragedia llegó a cada una de nuestras vidas, ya sea porque perdimos el trabajo, vimos la forma en que se desmoronaron nuestros planes o enjugamos silenciosamente las lágrimas cuando le dimos el último adiós a un ser querido. Pero también vivimos aterrados y nos solidarizamos con el dolor de nuestros semejantes cuando los vimos perder absolutamente todo lo que poseían, padecimos su impotencia y acuñamos su rencor por la falta de sensibilidad de quienes se encuentran obligados a velar por nuestro bienestar.
Las tragedias que azotaron a nuestro país el año pasado, tomando como referente a Eduardo Navarrete pueden ser clasificadas en dos tipos: Los que responden a enfermedades o eventos naturales y los que evidencian una profunda y retrógrada ignorancia humana.
La madre naturaleza ha sido implacable para hacernos saber que no existe capacidad humana para mermar su poder, ante ella nos rendimos y nos encontramos invariablemente ante su merced. Sin embargo, muchos de nuestros padecimientos los debemos a la segunda razón, dividida entre quienes debemos asumir la responsabilidad por haber empoderado al gremio equivocado y los que no dejan de acorralar al país evitando el pleno desarrollo con el maravilloso potencial que tenemos. El 2020 nos dio muestras suficientes de la infinita estupidez humana, pero el 2021 nos abre las puertas para enmendar cada uno de los errores cometidos. Quizá deberíamos comenzar el año haciéndonos responsables primeramente de nosotros mismos, de lo que creemos, lo que deseamos y lo que estamos dispuestos a hacer para lograrlo. No podemos evadir un sistema gubernamental ni accionar en contra de lo que establece la ley, pero sí podemos volcarnos a las urnas el próximo Junio y demostrarle al presidente que no estamos “moralmente derrotados” al contrario, seremos los sobrevivientes de uno de los peores años de la historia de México quienes decidamos el futuro de nuestro país, con nuestra voz y nuestro voto.